viernes, 31 de enero de 2020

Naturaleza humana

Escribe Simon Leys, en la Felicidad de los pececillos:

"La belleza llama a la catástrofe del mismo modo que los campanarios atraen el rayo. La administración de servicios públicos que hace pasar una autopista por en medio de Stonehenge, o una vía férrea a través de las ruinas de Villers-la-Ville, el monje que le prende fuego al Kinkakuji, el municipio que transforma la iglesia abacial de Cluny en una cantera de piedras, el energúmeno que lanza un bote de pintura acrílica al último autorretrato de Rembrandt, o el que ataca con un martillo la madona de Miguel Ángel, obedecen todos ellos, sin saberlo, a una misma pulsión.
Un día, hace ya tiempo, un pequeño percance me hizo intuirlo. Estaba escribiendo en un café; como a muchos perezosos, me gusta sentir la animación en torno a mí cuando se supone que trabajo, lo que me produce una ilusión de actividad. Por eso el ruido de las conversaciones no me molestaba, ni siquiera la radio que bramaba en un rincón; había vomitado ininterrumpidamente durante toda la mañana melodías de moda, cotizaciones de Bolsa, música de fondo, resultados deportivos, una charla sobre la fiebre aftosa de los bovinos, de nuevo melodías, y todo ese batiburrilo auditivo manaba como agua caliente que se escapa de un grifo mal cerrado. ¡De pronto, milagro! Por una razón inexplicable, esta vulgar rutina radiofónica dio paso sin solución de continuidad a una música sublime: los primeros compases del quinteto para clarinete de Mozart se enseñorearon de nuestro pequeño espacio con serena autoridad, transformando ese café en una antesala del Paraíso. Pero no se puede decir que los otros clientes, ocupados hasta ese momento en charlar, jugar a las cartas o leer la prensa, fuesen sordos: al oír aquellos acentos celestiales, se miraron estupefactos. Pero su desazón no duró más de unos segundos: para alivio de todos, se levantó resueltamente uno de ellos, fue a girar el mando de la radio y cambió de emisora, restableciendo así una oleada de ruido más familiar y tranquilizador, que cada uno pudo ignorar de nuevo tranquilamente.
En ese momento se me impuso una evidencia que no me ha abandonado jamás desde entonces: los verdaderos filisteos no son una gente incapaz de reconocer la belleza, pues claro que la reconocen y muy bien, la detectan al instante, y con un olfato tan infalible como el del esteta más sutil, pero es para poder caer inmediatamente sobre ella con el fin de ahogarla antes de que pueda entrar en su universal imperio de fealdad. Pues la ignorancia, el oscurantismo, el mal gusto o la estupidez no son fruto de simples carencias, sino de otras tantas fuerzas activas, que se afirman furiosamente a la menor oportunidad, y no toleran ninguna excepción a su tiranía. El talento inspirado siempre es un insulto a la mediocridad. Y si esto es cierto en el orden estético, aún lo es más en el moral. Más que la belleza artística, la belleza moral parece tener el don de exasperar a nuestra triste especie. La necesidad de rebajarlo todo a nuestro miserable nivel, de mancillar, burlarse y degradar todo cuanto nos domina por su esplendor es probablemente uno de los rasgos más desoladores de la naturaleza humana."

jueves, 30 de enero de 2020

Chicho

Voy pasando algunas tardes. Obsesionado con las generaciones perdidas, con las vidas quebradas (que pueden ser la mía propia y la de muchos amigos) por los caprichos del capital y sus ciclos sistemáticos de desarrollo y graves depresiones económicas que fabrican, previa destrucción de la memoria, brutalmente nuevos mundos ideológicos y simbólicos de exclusión, marginación, humillación y explotación. Y lo peor, el irreparable secuestro, apropiación y expropiación del tiempo, la organización del tiempo y la vida en función de, primero, el régimen escolar y universitario, y segundo, el régimen del trabajo y el (neg)ocio, entregados por completo a las despóticas necesidades de una hipersociedad de consumo y ostentación. Y claro, yo no soy muy de llorar ni de victimizarme, ni arrastrarme, ni de mover la cabeza afirmativamente ante lo bochornoso, así que aprendo a habitar la soledad y me entretengo con distintos lenguajes artísticos, que cuanto mayor nivel de abstracción tengan mejor: música, cine, literatura. Hoy bajo a la tierra, y me enfango con los que reproducen y engloban todo un mundo de afinidades meramente estéticas y morales, de materiales políticos patéticos (trágicos), pero enorme poder evocador. Escucho casi en bucle, a Chicho Sánchez Ferlosio:

 

miércoles, 29 de enero de 2020

Ellos

Sería falso decir, y una burda provocación, que algunos hemos elegido ser los enemigos del nacionalismo, ya que más bien, y desoyendo la calumnia y la amenaza para la vida, nos han elegido ellos con dardos y dianas a nosotros. Así debería decírselo más a menudo a los amigos que viven algo puteados, acomplejados y avergonzados ante los nacionalistas: "queridos amigos no sois vosotros, son ellos el sujeto de la vergüenza, son ellos los legitimadores del espíritu de la verduguería, insosteniblemente tolerada y normalizada". No hay que achantarse jamás. La subversiva crítica a toda forma lánguida y mórbida de nacionalismo y su largo letargo, es algo más que una cuestión de oposición éticopolítica, es casi una necesidad física, de incomodidad y profundo desagrado físico, ¡sólo pensar en lo molesto que debe ser acercarse al cuerpo y sacristía Junqueras! Son exactamente ellos: el principal material de mi indignación y odio y venganza y aburrimiento y tedio y en ocasiones tiempo vacío y mi entretenimiento y evasión y lucha y desprecio y no quiero que lo sean todo. Ni los terroristas, ni las ánimas asesinas de la inocencia vasca, ni el racismo catalanista, ni el nacionalcatolicismo español autoritario, ni la brutalidad y arbitrariedad patriótica del Estado y los corruptos gobiernos, ni el pueblo cómplice de toda esa basura repugnante, ni la tartufería y cobardía de la intelectualidad, pueden romper nuestro orgullo independiente, la fisiología de nuestra ironía, nuestra risa blasfema, o como dice V, la arrogancia de la juventud. Es un ejercicio verdaderamente tonificante y gratificante que mi mera existencia, y la de los yoes comunes, les suponga una terrible ofensa, una horrorosa, masiva e insoportable ofensa.    

lunes, 27 de enero de 2020

Evocaciones

Recordando la tarde en el río:

"El caso de un hombre que bebiendo cerveza tibia andaba con sus ligeros tejanos cortos y ajados los pies descalzos y un libro difícil entre las manos por un río de agua helada bajo dulces nubes de algodón rotas por el sol cuyos blancos rayos atravesados iluminaban el pedazo de tierra ingrávida donde tumbado en las calurosas tardes de verano sobre un campo de hierba fresca recién segada tarareaba por extrañas alegrías y divertimentos vanos con los labios finos chicos y pegados canciones de amor y guerra hasta que un día de mañana se quiso rey y luego mendigo cuando le miró un perro de las esquinas del pueblo perdido por el río con ojos hinchados de rojo y enfermos de hambre metáfora perfecta pensó de su triste situación aliviada después por el recuerdo de la hermosa chica de ojos negros y vacíos sentada paciente y tierna en la roca del rio que le daba tanto placer verla y reconocer unos nuevos y vivos ojos y no pudo más si esos ojos no eran suyos y caída la noche se autoconfesó harto e hinchado de tanto viento: ellos me miran, confiados, y creen que existo."
 

 

 
 

viernes, 24 de enero de 2020

Y el estupor no desaparece, de hecho nunca debería haber desaparecido del cuerpo y la memoria de los hombres, cuya misma continuidad ante la tragedia y la indiferencia del crimen dan muestra de la magnitud del horror. Sobre esto me ha venido un fugaz pensamiento. Lo que nunca significó una revelación paralizante para la vida fue el descubrimiento de la muerte, ni la condición de mortalidad (que siempre es la muerte ajena, otro asunto inabarcable e indecible es la propia muerte), ni la caducidad de las pasiones ni el desencanto del mundo. Ni siquiera cuando me enteré, algo que puede perturbar a muchos, de que los hombres se matan, unos matan a otros cruelmente, sádicamente y sin remordimientos, e incluso que unos mueren por otros, en sustitución de otros, voluntariamente o no, ni siquiera eso significó mucho. Cada día al despertarme, en estos días fríos, me encuentro con el rocío de la mañana pegado al cristal de la ventana, es sorprendente ver los caminos que abren las gotas más gruesas vencidas por su peso, hinchadas por el sol, caen y reposan hasta el alféizar. Los caminos dejan pasar pequeños y limpios rayos de luz, en perfecta sintonía con el cielo y la hora, pronto se calienta el cristal y derrite las gotas; la perfecta claridad y transparencia. Tiemblo, iluminado, y es el último reducto de estupidez y maldad de las razones por las que se mata y se muere lo que me suponen un obsceno y terrible misterio. Crece, aparece el estupor.  

martes, 21 de enero de 2020

Un saber para la vida

Esta gran disyuntiva que plantea Esperanza Aguirre para la vida, un saber para la vida: o multita o bronquita. Y la infecta tenía razón cuando les advertía así a unos agentes de movilidad madrileños: o la culpa o el castigo, o el precio a pagar por la vida o la retórica impuesta como ideología, o la libertad o la vergüenza, o la libertad o dios, o la bolsa o la vida.

domingo, 19 de enero de 2020

La hora y el día

Mi abuelo fue un niño de la guerra, y hoy es un hombre de la posguerra española, ajado por esos poco conocidos tiempos del cólera. Su lucha fue por la vida, nunca pensó ni anheló la muerte. Suicidarse debía ser una prohibición, la destrucción del cuerpo -con lo molesto que debe ser suprimirse de por sí- era un insolente robo y crimen contra la propiedad de Dios, un modo imperdonable de agresión y atentado contra su inapelable legalidad. El hambre, los robos y saqueos, y la condición miserable del hombre le preocuparon mucho más que los asesinatos, la sangre y la topografía de la muerte; todo eso fue un estado pasajero y relativamente, delirantemente, breve, aunque atroz. Sólo el hambre y la lluvia, la tierra y el trabajo eran asuntos de su incumbencia. Todo tiempo humano en la posguerra era el tiempo de la naturaleza y la ruina, el tiempo de Amadeo era el tiempo de las cosechas y las ascuas. Resulta difícil juzgar moralmente, políticamente y físicamente el carácter de un hombre, más aún un carácter con estas limitaciones. Ahora no lo haré, aunque será uno de los materiales de mis diarios. Hoy, precisamente, comiendo y recordando escenas fugaces de la posguerra, reveló con la impúdica ingenuidad con la que se revela un secreto, una imagen, probablemente ficticia, de su historia personal y la pequeña historia de los hombres que define su perfecta obsesión por el dinero, la obsesión acumulativa, y su patológico miedo a la ruina:

- nene, no creas no, se pasaba mucha más hambre que eso, si alguien se ganaba o conseguía algo, una moneda de plata, no lo gastaba en comer, no había comida, había hambre
-...
-no nene no, las monedas de plata se enterraban en la tierra, en el suelo, se cubrían de tierra
-...
- era bajo tierra, el que tenía una moneda de plata la enterraba en la tierra, la enterraba 
- claro (decía yo) se la guardaban
-no, no, la enterraban bajo la tierra
-...
-así, con las monedas de plata, se hicieron las grandes fortunas  

Mi abuelo desconoce la existencia, el empleo y alcance de las metáforas, pero la escena de las monedas de plata enterradas bajo la húmeda tierra de la posguerra, es la más astuta y representativa definición de su vida y de su alma. De como el tiempo, y los tiempos infames, destruyen a los hombres. De cómo un hombre ha vivido condenado por la necesidad y la satisfacción del dinero.

sábado, 18 de enero de 2020

Y la calumnia, es una versión amable de la verdad

Leo a Bernhard y Vallejo, me gustan extremadamente este tipo de escritores, no encuentro en ellos ninguna de las aptitudes positivas y constructivas y viscosamente afirmativas que tanto aborrezco de la literatura de la bella página y la buena letra (decía Chirbes que la buena letra es el disfraz de las mentiras), sucedáneo de las buenas maneras, y que no sirven ni de falso consuelo. Esto son dos hombres de algún modo violentos, estos escriben hostilmente y cojonudamente bien, y libres, atroces, terribles contra la abyección, a veces al borde del suicidio, y siempre su estilo es su carácter, un carácter destructivo, negativo, una personalidad y prosa (¡pleonasmo!) demoledora, que evita no solo estéticamente la degradación, la degradación moral e intelectual de la literatura y la vida mayoritaria, sino sus implicaciones decisivas: evitan la humillación, físicamente la humillación, la humillación irreparable. Este mecanismo desengañado de lectura y escritura me mantiene vivo, me permite existir, incluso contra los autoengaños de los demás y su embrutecimiento, su constante presencia, su ruido, pues la ruidosa y embrutecida presencia de los otros me parece simple y llanamente burda y ruin propaganda; su vida, de existir, por el mero hecho de estar, es propaganda repulsiva. Lo que realmente aprecio de estos escritores es que la calumnia que despliegan sobre la realidad, la calumnia sobre el mundo, la vida, el tiempo vacío y la alegría fatua de los hombres, es ante todo contra la mentira, y la mentira que ellos mismos, y la literatura, representan. No se puede olvidar nada de esto cuando andamos por el mundo, cuando se piensa, se lee, se ama y se vive. Y que la calumnia, es la versión más amable y suave de la verdad.  

viernes, 17 de enero de 2020

Sabido y caduco

Es la mañana y el estupor...
Hay algo que me diferencia totalmente de la mayoría de individuos de mi generación, y me descoloca, y es que yo he pasado y paso más tiempo con los muertos y su lenguaje de las fosas, que con los vivos, y sólo consigo hablar con aquellos que han conocido de algún modo la muerte  y el duelo,y la vida que no forma parte del tiempo; mientras que mis colegas viven, sometidos, en el tiempo de la mortalidad y la repetición; conviven estrictamente con los vivos y la finitud, y su sabido y caduco amor, y su sabida y cotidiana y eterna fatuidad.

jueves, 16 de enero de 2020

Izquierda y albóndigas

Hablo con L. justo antes de la cena, la pasta con salsa y albóndigas, hablamos en el estudio dormitorio, y de la intrascendencia del momento, una mujer tumbada en la cama mientras el desamor y los recuerdos pasan por su cabeza y un hombre sentado en su silla deseando el punto rojo, encendido, de su cigarro, aparece una vez más el carácter insólito de lo evidente. Le digo que quién quisiera o pudiera llamarse plenamente de izquierdas, con la boca hinchada, sin un retorcimiento eléctrico en el rostro. Sólo si la izquierda, exista como exista en nuestra actualidad, consigue desprenderse de esa gran empresa humanitariamente criminal que es la religión, y también, desprenderse de la aberración estética, ética y política del nacionalismo, ese último reducto de la paranoia narcisista, entonces tendrá sentido la continuidad de su existencia. Es curioso que con los últimos pactos, el último y primer gobierno español de coalición entre la cínica y fatua socialdemocracia y el populismo izquierdista (lo nombro en el estricto sentido técnico, en el sentido político, y no propagandístico, que acuña Laclau) se consiga, en uno de los giros irónicos de la historia, precisamente en nombre del progreso social, apoyar tendencias reaccionarias y represivas mediáticamente blanqueadas y normalizadas. Una sutil pero letal  forma del irracionalismo. Defendido por las fórmulas más horteras, cursis, bobaliconas, cutres y torpes, de la que son capaces la arrogancia de la estulticia y la ceguera voluntaria. El precio a pagar por estas mamarrachadas de la gobernabilidad, la estabilidad y los sucedáneos del progreso son la consolidación del caudillismo y caciquismo de los nacionalismos regionales, las nefastas políticas de la indentidad y el relativismo político, moral y epistemológico, de atroces consecuencias. Imágenes de todo esto: la personalidad autoritaria de las figuras catalanistas, la identificación de la muerte y la memoria con la nada de las ánimas del nacionalismo vasco, las terrible impunidad con la que actúan los carceleros que imponen las sombras del burka a las mujeres, devorando poco a poco sus cuerpos con la complicidad de los relativistas. Claro está, en el marco de explotación y dominación capitalista estas fórmulas socialdemócratas no son ni una forma de resistencia política, ni un camino de emancipación, sino exactamente el modo más perfecto de hacerlo todo, para la crítica, el pensamiento y la acción, más confuso e impenetrable.

martes, 14 de enero de 2020

Cajón donde almacenar muebles y cosas, y vidas y desdichas, y algunas alegrías.

Esta casa, caja de cerillas, cajetilla de tabaco, caja de zapatos, este cajón donde almacenar muebles y cosas, papeles, y vidas y desdichas, y algunas alegrías, esta casa pequeña, llena de libros, ni una covacha, un hueco del enjambre y la colmena... pero hay esa inmensa luz en la ventana.

lunes, 13 de enero de 2020

La realidad, y sus negocios

Las obviedades, en forma de obvias contradicciones de la realidad, son las cosas más difíciles de asumir; intuyo que tiene que tener alguna relación con mi escolar adagio, y creo sinceramente que es mío: quién dice verdad, muere. La sencillez y simplicidad de algunas verdades se hace insoportable para aquellos que ven la terrible arrogancia del que las dice desde el privilegio de la claridad, un momento fugaz de inteligencia, la claridad y audacia de la mente, y la precisión en la palabra. Pero su indignación no tiene ni fundamento ni causa, porque quien enuncia las contradicciones ni es ajeno a ellas ni puede evitarlas, impotente ante su inmensidad inmisericorde, ni escapa, ni puede escapar; simplemente no se ciega ni se acobarda, huye, sí, huye resignado y asustado como todos los animales ante el fuego, devorados antes por el humo que pasto y presas de las llamas. Los médicos viven de la enfermedad, eso es ir al núcleo del asunto, sin cinismo, ni fatuidad, ni vanas contemplaciones; los médicos viven de la enfermedad antes que de la curación, ya que no pueden haber curas ni saneamiento sin enfermedad, sin embargo, puede haber enfermedad sin cura, su autonomía es mayor y decisiva y devastadora, enfermedades incurables, mortales, finales. Tampoco es nada nuevo ni provocador si lo analizamos bien, y como dice mi madre, cada profesión tiene lo suyo. Los médicos viven de la enfermedad de igual manera que los curas, los enterradores y los verdugos viven de la muerte. Claro está que con notables y definitivas diferencias morales y políticas. Curas y verdugos son moralmente lo mismo, consignan la suciedad y zafiedad humanas, son canallas, canallas, canallas; mientras que los enterradores hacen un noble trabajo, moralmente decentes, discretos, pulcros, respetuosos, educados, silenciosos, y soportan además el desprecio de la mayoría, que frecuentan más a curas y verdugos. Pero la lista es larga y nutritiva: los médicos, veterinarios, enfermeras, farmacéuticos, chamanes y todo tipo de sanitarios, viven de la enfermedad, los profesionales de la religión y la mentira viven de la muerte, los verdugos de la muerte, los enterradores de la muerte, los forenses de la muerte, los policías y jueces viven de la criminalidad, el delito y la ilegalidad, los políticos y el Estado del desorden y la inseguridad, los profesores de la ignorancia, los escritores de la necedad, las putas y putos del sexo, la desesperación y las frustraciones sexuales, los bomberos del fuego y los gatos, los jardineros de las flores, los carniceros de la matanza animal, los toreros de los toros y sus penes, los famosos de la envidia y la ostentación, los hijos de los padres, los padres de la herencia del abuelo, los bancos viven, ¡y cómo viven!, de los pobres, de la pobreza mundial, ruin, cruel y repugnante pobreza de la humanidad, los empresarios del trabajo de sus empleados, los basureros de la basura, los militares de la guerra, y esa paz que solo se consigue con el miedo a la guerra, la guerra en otros lugares, o la paz que antes fue guerra, los casinos viven de la ambición de los mediocres y mezquinos, los payasos de los niños, los pederastas de la violación de los niños, los pedófilos del amor a los niños, también los curas viven de los niños, las guarderías también de los niños, las chucherías también de los niños, los carceleros de los asesinos y ladrones, las universidades de la mentira, los periódicos de las dictaduras y las crisis económicas, la televisión y los gimnasios del tiempo vacío, los autónomos del futuro, y así podría seguir eternamente. No hay sorpresa ninguna: la realidad, y sus negocios.    

domingo, 12 de enero de 2020

Petit

Uno de los rasgos marginales, pero inolvidables, que me parecen más interesantes del pensamiento político de Santiago López Petit es la conversión de las bajas pasiones, lo que la larga tradición de filosofía moral y sus tratados sobre las pasiones morales han censurado y rechazado, en dispositivos políticos, cuya precisión técnica exonera de la malicia, vileza y zafiedad con que el tiempo y el Estado las condena a formar parte del barro de la historia. Así el odio libre, la vida que se venga de ser vivida, la venganza pues, el precio a pagar por el desafío (del querer vivir), el resentimiento, y otras, no son solo bajas pasiones con las que la filosofía y la literatura pueden elaborar bellas fórmulas para disfrazar y ocultar la mentira de la realidad, sino que también son nuevos dispositivos políticos para la lucha por la vida y la lucha contra la muerte; los asuntos realmente propios de la política.

sábado, 11 de enero de 2020

el escritor Vallejo y el escritor Abreu



Escribe Juan Abreu, ese hermoso y poderoso hombre, en sus Emanaciones:

"Sábado, 11 de enero de 2020
Un escritor cuando escribe sabe que hay una multitud mirando por encima de su hombro escribe y sabe sobre todo que él mismo mira por encima de su hombro lo que escribe y la multitud y él mismo tratan de decirle al escritor lo que puede escribirse y lo que no y le recuerdan las normas, que existen normas de todo tipo, pero un escritor si es un escritor debe ignorar las normas de todo tipo e ignorar a la muchedumbre y sobre todo ignorarse a sí mismo su deber es escribir como si estuviera sólo aunque nunca está solo, un escritor cuando escribe debe ignorar a todos los que miran por encima de su hombro lo que escribe es su deber ignorarlos a cualquier precio e incluso ignorarlos si fuese necesario, de manera suicida."

viernes, 10 de enero de 2020

Necedad

A veces trato, desaforadamente, de comprender hasta el último brillo la rotunda estupidez humana. No lo logro. Tengo que reconocer que no es mi fuerte, salvo en la estulticia amorosa, donde soy realmente ejemplar. El brillo de su gloria y de su incuestionable éxito, que conduce inexorable al caudillismo político y emocional, es un hecho perturbador e inquietante para mi intimidad, tan radical y justa en sus pasiones (creo que toda intimidad es radical, necesaria y justa en sus pasiones). No logro entender donde reside la capacidad de seducción, el carácter terriblemente fascinador de la necedad, pues se diría que su intensidad sólo es propia de lo exclusivo y escaso, desquiciadamente buscado por su exclusividad y escasez, sin embargo es lo más popular, incomparable vulgaridad y frecuencia donde, y cómo, se expresa. Es el perfecto objeto de mi incomprensión. Tienen, los necios, la ventaja que incluso el cristal del espejo les niega el reflejo.

jueves, 9 de enero de 2020

10.000 euros mediocres

El cine, decía Krakauer, es la redención de la realidad física, inmejorable definición, caída en el olvido y el desprecio de los llamados "profesionales del cine". Esta mañana viene una entrevista en el periódico El País con un muñequito profesoral y negociante del cine, con la pedagogía, didáctica, retórica barata, sofisma y moralina comercial de un tal Sergi Casamitjana, nombre y hombre de localismos, director de l'ESCAC, esta escuela de cine catalana para pijos, pijos bien, pijos mal, pijos burguesitos, pijos clases medias endeudadas, pijos disolutos, pijos trabajadores, pijos con maquinitas y juguetitos, pijos de fama vana y vacío, pijos caprichosos y evasivos, pijos ciegos, pijos progres, progredumbre, pijos cosmopolitas, cosmopaletos, pijos tragones, pijos mamarrachos, pijos indolentes, pijos sin talento, pijos cobardes, pijos serviciales, dóciles y obedientes, pijos idealistas, pijos analfabetos, pijos productores, pijos reproductores, pijos directores y pijos profesores como pijos enfáticos y pijos afectados, pijos con grandes papás, pijos artistas, pijos nacionalistas, pijos barceloneses, pijos catalanistas, pijos necios en general. La matrícula a esta escuela cuesta 10.000 euros al año, asunto que considera secundario, nimio, sin verdadera importancia, puesto que a las universidades americanas cuestan 60.000 dólares al año. La entrevista es, además, de una reveladora y enorme mediocridad, y todo es lo mismo, mediocridad en sus deseos profesiones, mediocres estudiantes que no dirigen, solo desean producir, a los mediocres 22 o 23 años, mediocres las escuelas que fomentan y promocionan esos mediocres discursos profesionales, mediocres ambiciones estéticas, mediocres deseos de vida, mediocres obras, mediocre satisfacción psicológica, mediocre pensamiento y mediocre formación intelectual: Bayona aparece como el mito fundacional del negocio escolar. No es un director basura, pero su cine es de una enorme mediocridad, con algunos recursos narrativos, pero que no logran ocultar la mediocridad estética y mediocridad intelectual de. Todo ese ambiente es el nuevo despotismo social, clasismo,  esnobismo cultural, elitismo y puritanismo económico disfrazado de hipermodernidad; pura mediocridad, hasta la matrícula: 10.000 euros de mediocridad. Dudo mucho que en este estado lamentable del cine español como de las escuelas de cine, su industria, sus figuras, y sus circuitos socioculturales, la reflexión de Krakauer, el cine como redención física de la realidad, tenga ningún sentido. Dudo entonces, que el cine y ese lamentable, mediocre y pijo mundo tenga ningún sentido para mí.

miércoles, 8 de enero de 2020

Nuestro tiempo

Escribe Erasmo sobre nuestro tiempo en su Elogio de la Locura:

<< [Hay que recordar que quien habla durante todo el libro es la locura y la necedad, no Erasmo; también aquí suena la voz desquiciada] Es, desde luego, mérito mío, que podáis ver por doquier ancianos de nestórea senectud, a los que no queda ya figura humana siquiera, balbucientes, bobos, desdentados, canosos, calvos, o, para describirlos mejor con palabras de Aristófanes, sórdidos, encorvados, miserables, arrugados, calvos e impotentes, y que, sin embargo, se deleitan de tal modo con la vida y se sienten tan jovencillos, que uno se tiñe las canas, otro disimula su calvicie con cabelleras postizas, otro usa dientes prestados, tomados tal vez de un cerdo, otro se perece por alguna chiquilla y aventaja incluso, con sus locuras amorosas, a cualquier muchachito. Pues, cuando ya están con un pie en la tumba y son meros cadáveres ambulantes, es frecuente que tomen por esposa a alguna tierna jovencita, aunque no tenga dote y vaya a ser gozada por otros, y ello se considera casi como un mérito.

Pero aún mucho más gracioso es ver a ciertas ancianas, casi consumidas ya por su larga vejez y tan cadavéricas que parecen haber vuelto del infierno, que, sin embargo, siempre tienen en la boca que la luz de la vida es bella, que todavía se hacen las gatitas enamoradas y, como suelen decir los griegos, aún parecen cabras en celo, intentando a gran precio atraer a un nuevo Faón cualquiera; por ello continuamente se embadurnan el rostro con afeites, nunca se aparta del espejo, se depilan el matorral del viejo vientre, ostentan sus senos mustios y arruinados, con tembloroso gruñido excitan el deseo languideciente, beben y beben, se mezclan en las danzas de los jóvenes y escriben cartitas de amor. Todos se ríen de esto como de grandes tonterías, que es lo que son; pero ellas se sienten satisfechas consigo mismas y se encuentran como nadando entre nubes: por merced mía, son felices.

En fin, aquellos a los que todo esto les parezca risible, yo quisiera que mediten bien en su interior qué creen mejor, si llevar una vida completamente agradable gracias a esta clase de necedad, o andar buscando, como dice la gente, una viga para ahorcarse. Además, lo que vulgarmente se considera sujeto a maledicencias, no afecta para nada a mis necios, que o no sienten en ello un perjuicio, o bien, si lo sienten, se olvidan de él con facilidad. Si les cayera una piedra en la cabeza, eso sí sería perjuicio. Por lo demás, la vergüenza, el deshonor, las injurias, la maledicencia, sólo aportan perjuicios en la medida en que se les presta atención. Si esa atención falta, no son siquiera un mal. ¿Qué daño hace que todo el pueblo te abuchee, con tal que tú te aplaudas a ti mismo? Que tal cosa sea posible, sólo la Necedad lo garantiza. >>

martes, 7 de enero de 2020

Pdr Snchz

Veo esta mañana en la televisión el discurso de investidura de una criatura desvergonzada, zafia, necia, y sin escrúpulos, moralmente bulímica, prototipo de la triste socialdemocracia española, llamada Pdro Snchz. Fruto de la era de las víctimas, salen estas hienas. El precio que se tuvo que pagar tras los pactos del olvido y el silencio que impuso el mito de la transición española, de efectos materiales e históricos inestimablemente relevantes y beneficiosos, como el paso de una dictadura nacionalcatólica genocida a una tediosa y precaria democracia liberal, es exactamente la última decantación de un tiempo en depresión: estas criaturas pudendas que no solo se devoran entre ellas, sino que devoran los cadáveres de las víctimas de un siglo negro, que viven de las luchas ajenas y la muerte ajena, el dolor y el sufrimiento de los demás. Todo ello es políticamente infame, hasta la abyección, hasta la desesperación, como verán todos aquellos que aún guarden algo de sensibilidad, gusto e inteligencia. Un proceso que destruyó la verdad a cambio de dinero, en ese proceso abnésico de elaboración perversa de la historia y la memoria, y transformación blanqueadora de los pasados más oscuros y repugnantes. Justamente, seamos justamente inmisericordes, Pdr Snchz es el resultado más desarrollado y progresado de ese proceso de olvido y falsa modernidad que hoy, en forma de decadencia ociosa y ostentosa, produce las mayores formas de explotación económica, secuestro del tiempo, despolitización, devastación intelectual, frivolidad cultural, miseria moral y repugnancia estética que una socialdemocracia pueda soportar; abusando de la credulidad del rebaño. El lugar que ocupan las víctimas, los represaliados, los destruidos por el franquismo es el de la estéril desproporción sentimental, sus figuras públicas son fetiches propagandísticos en manos del PSOE, el mismo que tras el abandono, desprecio y micciones sobre sus cadáveres y su recuerdo,  preparó su oportuno rescate como instrumento electoral. Esa impunidad que permite la manipulación política de los asesinados por la dictadura y el olvido de la democracia son la medida exacta, no sólo de nuestra mediocridad y mendacidad, sino de la imposibilidad total de vivir, revivir o recordar experiencias políticas emancipadoras, hoy ya estigmatizadas como revolucionarias, viejamente revolucionarias, cuando lo revolucionario criaba y amamantaba monstruos aterradores. 

lunes, 6 de enero de 2020

Perdón y desprecio

No tolero el perdón sin sentir automáticamente un intenso desprecio indefinido e indeterminado. Sin empezar a sentir un implacable sentimiento de desprecio por ese perdón, por todas sus formulas, por mi mismo, y los cuerpos implicados y las pasiones de esos cuerpos, y por la persona que lo pide como costumbre aprendida socialmente por su carácter sedante, su efecto sedante, para sobrevivir y seguir funcionando. La rapidez y facilidad en la petición de perdón representan la medida exacta de su insignificancia, su irrelevancia, su pequeñez y gratuidad, junto con la falsedad oculta en toda ingenua y evidente empresa caritativa, el pútrido corazón de su mentira. Se hace algo despreciable en ese perdón, en demandarlo y en concederlo de esa manera, y no nos damos cuenta, preferimos seguir sin hacernos daño reflexionando, decir la verdad ante uno y los demás. Es sabido, quien dice verdad muere. Será posible, pero me gustaría poder pedir perdón y perdonar sin desprecio, incluso sin ser despreciable. Y debo confesarlo. No tengo nada que perdonar a nadie. No quiero perdonar a nadie.

sábado, 4 de enero de 2020

Un hombre sano

La tremenda e irresistible arrogancia de un hombre sano que acude como espectador al grotesco espectáculo de la muerte y la enfermedad. Ese es, o se confunde, con el secreto e inconfesable goce del visitante.

Nubes rojas

No puedo quitarme de encima este hedor de ultratumba cada vez que veo por televisión, sentaditos tan pintureros en sus escaños, a esos traficantes de cadáveres, traficantes de memorias moribundas, traficantes de traje y corbata, señoritos de Bilbao viviendo del crimen político, ejecutivos bien limpitos y puestos, educados, de buenas maneras, buenos modales, buenas intenciones, puros sentimientos, buenos coches, buenas casas y mala cabeza, cuyo poder reside en el ruido y fama del crimen, atenuados por la insoportable simpatía que las televisiones autonómicas han fabricado siniestramente alrededor del nacionalismo vasco. Son quizá el tipo humano más desagradable y degradante: aquellos cuyo prestigio deriva de la pureza y virginidad en la sangre, cuyo prestigio se forja en el equívoco de que por razones estéticas y altos imperativos éticos no matan pudiendo hacerlo, porque les asquea el trabajo sucio, la víscera y los ejercicios de casquería. Tienen el aire viciado de ese mafioso blanqueado, reconvertido, reinsertado y reeducado en hombre de legítimos negocios. El incomprensible prestigio del que condena el asesinato, el crimen y la violencia, toda muerte, pero que come y vive de lo que otros han matado, sin cuestionar jamás esa cadena de sentido ideológico que los convierte en el mismo pasto miserable de orgullo, gloria y eternidad de la muerte. Con la inestimable diferencia que distingue a los terroristas de los nacionalistas: el coraje y la valentía física; mientras que estos últimos esperan o esperaban con los pies calientes el nuevo muerto, la última muerte con la que iban a comerciar y producir su propaganda de redención y pureza moral, aquellos, empuñando las armas, al menos asumían su historia de violencia y su condición miserable, aceptaban el riesgo de ser castigados, condenados a larguísimas penas de prisión y a ser repudiados hasta el hartazgo por una sociedad civil ramplona y frívola.  Lo único que puede llegar a consolarme es la inteligencia del lector para comprender mi exposición y mi tedio, y entiéndame, los hechos de los nacionalistas vascos y los terroristas son distintos, pero el ánimo de sus cuerpos es el mismo: identificar la muerte con la nada. Eso es lo que desea el asesino, la condición criminal: identificar la muerte con la nada.

viernes, 3 de enero de 2020

Noche Buena 2019

Horas antes de la cena de noche buena 2019, con amigos. Un dolor, sí, que me invade el cuerpo, que oprime mi pecho. Lloro, oh, por la devastadora colonización.
 
Se dice, en la catalana terra:
 
«El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido [...], es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir su falta de mentalidad.»
 El molt honorable president de la Generalitat Jordi Pujol i Solei.












jueves, 2 de enero de 2020

2 y 1 de enero

Este año; van a ser unos auténticos diarios.

1 de enero, la mañana. Primeros de año, toca la limpieza sistemática y empecinada de la casa: la estúpida alfombra del salón, las ventanas donde se pega el sol, y la piel blanca de las sillas que requieren su espuma también blanca, las cortinas, el polvo de las estanterías, polvo de los libros, polvo de los días, el cepillo para telas especiales, el aspirador, la mopa, la escoba, la bayeta. Nada parece haber cambiado después de las exaltadas y enloquecidas promesas de noche vieja. Llega el regusto amargo innegable de las fiestas, de los rituales y ociosos ceremoniales que conducen a esa sensación tan placentera como cierta de haber estado haciendo el tonto por mandato, el tonto por encargo y convención, todo el tiempo. Se celebra ingenuamente el nacimiento de Cristo y la división del tiempo que impone, la macerada simbología del año que nace y muere como los hombres, como su vida. Se prepara un advenimiento que nunca llega, no nace nada ni se cierra ni concluye nada, inagotable todo, no acontece ni deviene finalmente nada más que futuro, sólo expectativas de futuro y la espantosa planificación, programación y baile de ilusiones y propósitos. Polvo y mentira.     

1 de enero, la tarde. Las horas que caen en el suelo de la sala de espera, como cristales rotos. Los hospitales son un lugar extraordinario para vivir el tiempo, la decantación inexorable de las horas, y descubrir, no sin amanerado asombro, que el tiempo es una enfermedad: la decadencia y degradación del cuerpo y el espíritu. Y su hermoso espectáculo, de secreto y perverso goce. Desde los diez años asisto a los hospitales como espectador, testigo del juicio clínico y en ocasiones moral; jamás he vuelto como enfermo.

2 de enero, por la mañana. Es sabido, para las almas que no se autoengañan, que el negocio de los médicos, y no sus pasiones, son la enfermedad, las enfermedades del cuerpo y las enfermedades del alma. Curan, cuidan y juzgan sobre la vida dañada, la vida enferma de los otros, es una práctica cuestionable pero inevitable, como la de los jueces en los tribunales. Lo que más me inquieta es la extrema ausencia de la muerte, tanto en sus prácticas como en su sistema de representaciones estéticas y concepciones intelectuales (donde la eutanasia o la buena muerte es tabú, casi una herejía). Ciertamente no es su objeto científico de estudio, ni su mercancía. Son las religiones y sus centros de encierro y culto los que se dirigen a una gran mortalidad; los que negocian y trafican, sin escrúpulos, con la muerte, y así adornan su arquitectura y su metáfora. Muchos se empeñan, en una falsa sofisticación, la sutileza de los sinvergüenzas, en perdonar la triste y penosa historia de las religiones a través de la erudición y sus supuestos bienes culturales; en mi ánimo sólo queda la rotunda facticidad: la religión es la gran empresa criminal de la humanidad. Y precisamente lo que me inquieta en esos centros de culto religioso, y contrariamente a lo que me sucede en los hospitales, es la constante y permanente banalidad y frivolidad de la muerte. En ambos lugares, tanto en la banalización de la muerte y su promesa de una irracional y patológica vida eterna o inmortalidad del alma, como en la ausencia de una profunda y sincera relación intelectual con la muerte en los hospitales, opera el mismo fantasma esterilizador: el miedo a la muerte. Y solo funcionan con sus plañideras: ante el espectáculo grotesco de la muerte banalizada u ocultada tiene que haber alguien que les llore, no se sabe bien qué.     

Los Pedros y la democracia

  Sin duda, Marisas y Pedros son un buen motivo para dejar de ser de Izquierdas: