viernes, 29 de octubre de 2021

Nuevo evangelio económico

Nadie parece escandalizarse por la lozana existencia de la asignatura de emprendimiento en secundaria. Estamos en la Cataluña pospujolina. ¿Alguien puede imaginarse que en la escuela pública se inaugurara una asignatura sobre la construcción de la identidad nacional de Cataluña, y que nadie dijera nada?, ¿alguien puede imaginar la asignatura Identitats? ¿Acaso no es análogo el adoctrinamiento, por no decir ¡idéntico!, de la asignatura emprendimiento a la asignatura Identitats? Pero dejemos la ficción y pasemos a los hechos. La izquierda progresista denunció, acertadamente, el adoctrinamiento de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, y su imposible coexistencia. Claro, son socialdemócratas, y de suyo agnósticos. No la eliminaron por su mentira, sino porque olía a naftalina, aunque la mentira es el único supuesto que puede justificar la expulsión de una disciplina de los centros de enseñanza. Nadie aceptaría la enseñanza obligatoria de los evangelios, pero aceptamos dócilmente el adoctrinamiento de los evangelios económicos y la religiosidad ceremonial del libre mercado. Como siempre el desdén de los docentes por sus obligaciones políticas y morales les deja en su lugar: cobrando tranquilamente sus nóminas en su líquido amniótico. Pero ya no es la moral, la asignatura amenaza su propio oficio y profesión intelectual en términos técnicos, si se me permite: no van a impartir un saber o un conocimiento, sino pura ideología. Hay que recordar que la asignatura de emprendimiento sería una prolongación o apéndice de la asignatura de economía y empresa en la que no se enseña historia o teoría económica, sino contenidos ideológicos neoliberales acientíficos y doctrinales, altamente cuestionados por múltiples científicos e intelectuales en sólidos trabajos ensayísticos y académicos (como El eclipse de la fraternidad de Antoni Domènech, libro excelente y erudito, el mejor que he leído sobre el tema.) El conflicto entre oscurantismo e ilustración aparece acuciante una vez más ante la ceguera de la ciudadanía: o enseñanza e instrucción según criterios racionales, científicos, históricos y filosóficos, o el misticismo oscurantista: nacionalismo, religión y el nuevo evangelio económico. Las pequeñas infamias, y sus colaboradores, parecen inagotables.

lunes, 25 de octubre de 2021

Enredados

 Un mundo paralelo al tradicional se estaba creando en internet mientras yo crecía, en el paso del joven adolescente al joven ya marcado por la pérdida de la inocencia. Nacían las redes sociales instaurando unas desconcertantes convenciones. Tuvo innumerables consecuencias ese nacimiento en la creación masiva de nuevas costumbres morales y en los modos de socialización al incrementar en complejidad y cantidad sus relaciones, su conectividad, eficacia y rapidez. Una inmediatez caprichosa, frenética, también esperada. En esta segunda naturaleza digital lo crucial es consumir (no sólo establecer) el mayor número de relaciones virtuales obviando, en general, su intensidad e interés, fijado el sentido último que rige la norma en la hiperconexión constante para aplacar la incurable soledad humana y la hipersexualización de sus formas para saciar los deseos eróticos frustrados, aunque reine un neopuritanismo implacable en sus contenidos e imágenes. No se puede ocultar, para quien no sea lo suficientemente necio y arrogante, que el marco de las redes sociales es la producción de sujetos narcisistas y sentimentales, los rasgos psicológicos más comunes e insoportables de esta generación, y siempre hay que recordar aquella inmortal sentencia de Kundera: nada hay más insensible que un hombre sentimental. Ese marco, el diseño más sofisticado de la publicidad contemporánea, es una exigencia para la invención del consumidor, perfecta prolongación del infantilismo, la industria de la banalidad y la estupidez, o el espectáculo de la frivolidad; una especie de neutralización indirecta del ciudadano.

Otro elemento perturbador de las redes sociales constantemente olvidado es su responsabilidad en la crisis del periodismo y la disolución de la autoridad intelectual que supuestamente lo regía.  Antes de las redes se pertenecía a una sociedad donde el periodismo todavía era el principal medio de representación de lo real en la vida pública, según criterios de objetividad que establecían la veracidad o falsedad de las representaciones. No es necesario decir que la mayoría de las veces se suprimían esos criterios de racionalidad y prudencia por negligencia, acidia, intereses espurios o malicia, pues el modelo de negocio más rentable era la diseminación de las mentiras. Es decir, la burda propaganda. Jean François Revel abría así su excelente ensayo El conocimiento inútil: “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Ni el sexo, ni el dinero, ni el poder, sino la mentira. A pesar de ello el periodismo todavía disponía del monopolio de la comunicación y la información reconocidas como formas de conocimiento, sometido a la autoridad moral e intelectual de un prescriptor interpelable cuyo oficio era realizar el análisis de los hechos del día y la hora al establecer un guión del mundo. Cualquiera podía desmontar la mentira en el momento de ser exhibida y denunciar al mentiroso a través de métodos comunes de racionalidad que podían ser asequibles y compartidos por todos. Nadie querría escuchar la verdad, o dedicarse a buscarla apasionadamente, pero todo el mundo sabía que existía, no dudaban de su realidad por muy difícil, fragmentaria, e insuficiente que fuera su obtención. La verdad importaba, aunque fuera sencillamente para destruirla. La práctica en redes sociales, y su propia estructura, son la más férrea disolución de ese viejo y negligente paradigma. Es una situación paradójica: ¿cómo explicar que en las sociedades más modernas y desarrolladas tecnológicamente la misma abundancia de información accesible y conocimiento disponible excite más bien el deseo de ocultarlo, manipularlo o deformarlo, cuando no despreciarlo, en vez de su libre y exitosa circulación? Siempre la verdad, tenida en su importancia, ha despertado más resentimientos que satisfacciones, generando más peligros y temores que la seguridad de un poder de propaganda controlable ¿Pero cómo explicar su actual desprecio en correspondencia con la inquietante magnitud de la mentira jamás antes conocida?, ¿cómo explicar que una sociedad abierta puede llevar los desórdenes de la libertad hasta la pasión por silenciar en vez del fácil amor por la verdad?

El complejo mecanismo de la mentira todavía sigue funcionando en los periódicos, televisiones, radios y portavoces del gobierno, al mismo tiempo que en las redes sociales su cuestionamiento carece de relevancia; más bien parece insuficiente, inoportuno, lleno de imprecisión. Hannah Arendt en su reflexión sobre los elementos esenciales de la ideología totalitaria –contenido en su impresionante libro Los orígenes del totalitarismo (1951)- destacaba como característico del sujeto totalitario no al nazi o comunista ideologizados, perfectamente definidos y reconocibles estéticamente, sino esta incapacidad de distinguir entre ficción y realidad, verdad y mentira, entre culpables e inocentes, entre verdugos y víctimas; desafiando las categorías clásicas del pensamiento político occidental ¿Acaso no es eso la posverdad?, ¿no son eso las redes sociales? La diferencia entre posverdad y la antigua propaganda es que esta reconocía la existencia de la verdad y tenía interés en ocultarla para imponer la mentira, o su versión hipertrofiada de la realidad, mientras que aquella al suprimir la distinción entre verdad y mentira, al estilo relativista, elimina su relevancia llevándose con ello su necesidad. Impregnando a toda la sociedad de esa indolencia, indiferencia y abulia tan erosionadoras. Aunque el totalitarismo en su plenitud destructiva de violencia y muerte como forma de poder o ideología de Estado haya desaparecido, al menos de la mayor parte del mundo conocido, es cierto que queda todo un campo libre de fantasmagorías totalitarias que sobredeterminan nuestro tiempo, cuya máxima expresión es la posverdad.   

De la misma manera que la propaganda se ha sustituido por la posverdad, la censura y autocensura se han sustituido por la cultura de la cancelación. En las tiranías políticas era imprescindible la identificación del enemigo para la supervivencia del régimen, quedaba clara la distinción amigo y enemigo dedicando todas las herramientas represivas a este fin. La persecución a escritores, intelectuales u opositores suponían más allá de la tragedia personal una salida del marco político, una marginalidad respecto del arte oficial. La censura involuntariamente, y cuando no lograba plenamente su objetivo, otorgaba un peso a lo censurado, una densidad especial, lo situaba como contrapoder, otorgaba una singularidad a esa voz ya que había que combatirla y suponía un peligro, un riesgo, una ofensa su libertad e insufrible su regodeo. Lo censurado creaba un espacio de resistencia. Por el contrario, la sofistificación y refinamiento de la cultura de la cancelación, originaria en redes pero ya presente en universidades y medios de comunicación, supone la indiferencia de lo suprimido, despreciando el propio hecho de censurar, porque no se acalla su voz, sino que se la hace superflua, indistinta, sustituible, reemplazable por cualquier otra, por nada. En el mundo libre el escritor ya no debe enfrentarse a los demonios del exilio, el asesinato, la deportación, la tortura, ni barbaries asociadas, por contraste puede dirigirse a su propia audiencia, comunicarse abiertamente, conviviendo con incómodas, pero no letales, censuras blandas. Y ese encuentro con el exterior puede ser desolador, de una tristeza contagiosa, pues nadie puede estar esperándolo ni querer oír su voz, ignorando la larga historia de persecución a escritores y la implacable extinción de sus obras. Asimilable al vacío se trivializa el talento del autor y se disipan sus méritos ante el miedo. ¿Qué sucede entonces con el ensayo, el arte y la literatura cuando realmente no importa la veracidad o falsedad de su palabra, ni se le permite ofender, irritar o desprestigiar? ¿Qué sucede entonces con la resistencia, la oposición y disidencia política a formas de opresión despóticas que han sido relativizadas por la posverdad? Ya hay demasiados preguntas inquietantes en este artículo...

El talento inspirado siempre es un insulto a la mediocridad. La necesidad de rebajarlo todo a nuestro miserable nivel, de mancillar, burlarse y degradar todo cuanto nos domina por su esplendor es probablemente uno de los rasgos más desoladores de la naturaleza humana que las redes sociales en nombre de la democratización y una perversión de la igualdad acentúan hasta lo patético. Nuestra propia condición de payasos de la humanidad sólo es comprensible en su exacta magnitud ante el espejo de las redes sociales.


viernes, 22 de octubre de 2021

los buenos, los ricos

Parece una broma, y no me refiero a la propia vida. Un mensaje irritante cruza las ondas hasta mi mesa de trabajo, aparece incluso transcrito en El País. Es un lema del periódico, una práctica consolidada de todo el periodismo nacional y del fatuo mandarinato al estilo Muñoz Molina, ese muñeco de trapo intelectual, también. Y quién sabe, de existir, la universidad española...  Aparece dicho, así lo muestra la indudable imagen promocional del programa de radio, por el locutor Carles Francino:  "La objetividad no existe, existe la honradez". O lo que es lo mismo: no tenemos ni puta idea de qué será eso de la verdad y la objetividad, ni nos interesa trabajarla mucho, eso del sostenido y pesado trabajo intelectual aburre a la gente, ¿a quién le importa, de veras?, el caso es que nosotros somos los buenos, sí, buenos, vaya, que somos cojonudos, la hostia, y con eso le vale, y debe confiar en nosotros". Y así se hace periodismo hoy en España, bullshit.

domingo, 17 de octubre de 2021

El silencio de los álamos (o el silencio de las almas bellas)

Tres años de la feliz muerte del Procés en Cataluñay en la Seu ya se habla castellanoSólo vivimos los restos del naufragio y los peligrosos pecios del delirio nacionalista, triste y decadente, cierto, pero de enorme plasticidad cómica. O tragicómica, si lo prefieren, como los rasgos bufonescos del delincuente (patológico) que sólo actúa para las cámaras y su eco. ¡Qué sútil y difícil placer moral e intelectual produce ver la inagotable, e insólita, degradación de la mentira en nuestro mundo! Pero no todos la ven, y es un placer tan efímero como parcial, de cierto refinamiento. Un fugaz escalofrío recorrió mi cuerpo al ver por televisión durante los menguados festejos de la Diada de 2021 a la regencia de Aragonés con los representantes del gobierno catalán, las patums y toda su chusmilla etnicista y clasista a lo plañideras, elaborar un handicapado discurso que prometía una nueva vía, ¡otra más!, para la independencia. Un nuevo full de ruta, decían, como si al decirlo no masticaran piedras carbonizadas, como si nada hubiera ocurrido, como si su magno intento de construcción de un estado ominoso, por el que han tenido que cometer graves delitos de corrupción económica y política, aún fuera algo más que una sórdida ilusión para dementes. Esta honda indecencia de la mentira, al margen del sarpullido, que hoy ofrecen a sus ciegos (incluso para algunos desengañados funcionales) adeptos para obviar el fracaso, la derrota y su mezquindad, es simplemente una pequeña porción del despropósito moral que impusieron sobre la población no catalanista durante el procesismo. Ahora, vuelto contra ellos mismos en formas de esterilidad y vida vegetativa, la carga de profundidad reaccionaria de su proyecto no hay que olvidarla, ya que, por muy tediosas y entretenidas que nos parezcan las simpatías de su vagabundeo y los destellos de su vana arrogancia, sólo adquiere pleno sentido su hostilidad si recordamos su putrefacto corazón ideológico: el catalanismo pospujoliano elaboró un discurso y proyecto político nítidamente xenófobo que aspiraba a la conversión de la mitad de la ciudadanía catalana en extranjeros. Al que además se sumó de manera acrítica la fatua izquierda localista, posmoderna y equidistante, cuyo entusiasmo sólo era comparable a la intensidad de su impotencia y nulidad política.  

Son complejas las causas históricas, las degradaciones culturales y mediáticas, las crisis políticas y colapsos económicos, que explican tan vil fabricación simbólica y real del paria, la conversión teológica de los ciudadanos en parias. Pero hay una razón crucial, y siempre hay que encontrarlas antes en la proximidad histórica que en la lejanía del horizonte donde ya no llegan los ojos viejos y cansados. Y es el desbordamiento del nacionalismo tras el agotamiento del pujolismo como periodo histórico. La sustitución negligente e irracional del vacío que dejaba el régimen epocal y la manoseada figura de Pujol, con su fétido paraguas generacional, inició el desbordamiento de las estrategias nacionalistas, la desintegración de los partidos tradicionales de la derecha, el sectarismo y dogmatismo de la izquierda relativista, y la desublimación de iconos culturales tradicionales. La patria devorando a sus propios hijos, sus excrecencias, suprimiendo incluso las viejas categorías y prácticas administrativas que les dieron el poder que corresponde a la talla de Estado. Si bien el pujolismo es la raíz autárquica y despótica de la construcción nacional de Cataluña en la democracia posfranquista, la introducción de la vieja ideología racial en la lengua o la sustitución identitaria de la raza por la lengua y la consolidación del nacionalismo como nueva forma religiosa del siglo, también fue el sólido esculpidor del autonomismo. Autonomismo en forma de democracia autoritaria, coto privado de extracción económica de las clases populares, corrupción institucional estructural y técnica electoral de chantaje permanente con el gobierno central de Madrid. Reinventando el viejo caciquismo: antiguos señores, nuevos amos. No tenía como destino la antropofagia, pero algo, cuyas dimensiones ahora no podemos analizar, falló. Y así los destruyó.

La patria que construía el pujolismo ya contenía los mecanismos de la xenofobia, la exclusión de las opiniones críticas, el aplastamiento de la pluralidad política, la invención y compra del mandarinato intelectual catalán, esos chiripitiflauticos, y la parábola de la democracia del autogobierno como forma de fundamentalismo catalanista que legitimaba toda locura mesiánica. Componiendo una de las sociedades más fanáticas. Pero no podía construirse sola, era necesaria la colaboración mediante el silencio de una gran parte de la masa catalana marginada de la oficialidad y la vida pública. Masa que articulaba, en su dejación de funciones y cruel indiferencia, el PSC. Solo la fuerza de un partido político con cartuchos, una base social de orgullosos militantes nostálgicos de un ficcional pasado heroico en la lucha antifranquista hoy aburguesados y saciados en colaboración con la sociedad de hiperconsumo, junto a una figura de la inanidad del cándido Pascual Maragall, podían neutralizar hasta tal punto catatónico la oposición política y moral al nacionalismo. El pacto de convivencia y repartición de bienes exigía silencio. El precio de romper el silencio era, y es, el ostracismo, el hostigamiento social, el paro, e incluso la humillación. Algunos rasgos de esa cínica militancia "socialista" permitieron cimentar el silencio y justificar no sólo su parálisis y abulia ante las posibles rupturas de ese silencio, sino el mero desconocimiento de que ese silencio y su necesaria ruptura existían como problema y posibilidad. Una mala conciencia de desclasados o herederos de las clases medias franquistas, su tendencia a la idealización de la política, su idea casi apostólica de la militancia y su obvia fragilidad subjetiva, terminaron por conformar una imagen ficcional del intelectual y militante de izquierdas antifranquista, cuya condición de víctima del franquismo era compartida por los nacionalistas. Esta coincidencia permitió establecer un nexo de afinidades sentimentales, pactos de no agresión y sórdidas negociaciones para repartirse el poder, y el dinero. 

Del anhelo de romper el silencio de ese humus insultante surgió el 9 de julio de 2006 el partido Ciutadans, ideado en sus orígenes y fundado por un grupo de intelectuales, escritores y periodistas de la órbita cultural del PSC, afines por biografía y educación sentimental. Eran: Arcadi Espada, Xavier Pericay, Francesc de Carreras, Félix de Azúa, Albert Boadella, Ferran toutain, Félix Ovejero, etc. Fue el primer y último intento de romper el silencio a bocinazos, quebrando el complejo sistema de equidistancias entre el nacionalismo y su oposición que el PSC y sus ganapanes habían creado. C'S se fundó con el espíritu de ofrecer en Cataluña una alternativa liberal y socialdemócrata al nacionalismo. Sería cuestionable que tal cosa se produjese en esos términos y también sería largo de contar todo el proceso de descomposición; vayamos al final y sus efectos sobre el silencio. El proyecto de C’S también fracasó. Su hundimiento se debió a su involución conservadora y neoliberal a causa de la progresiva sustitución de sus intelectuales fundadores por una narcisista cúpula joven de trepadores analfabetos expertos en comunicación y marketing corporativo, por su inexperiencia política y su desproporcionada y necia ambición de gobernar en España con estrategias a su vez nacionalistas (convirtiéndose en lo mismo que criticaban) combinadas con el infantilismo asociado a las técnicas publicitarias digitales más vacías y pueriles. Merecieron plenamente su patética desaparición, pero con ella, y ante las ruinas inconfesables del 1 de octubre y del Procés, el silencio, impune y autocomplaciente, resurge como un fantasma en la vida civil. 

El nuevo orden es otro tipo de silencio y autocensura extraño, todavía inexplicable, como el viento que atraviesa las ruinas de una antigua ciudad caída por asedio entre las susurrantes sombras de los muertos. Creo casi con certeza que estamos observando el momento de reconstrucción del silencio, la precaria recuperación del silencio de la situación no solo anterior a la debacle de 2017 sino incluso antes de 2011 y los inicios del procés. Algo totalmente imposible a corto o medio plazo. Silencio que puede leerse como la antesala de un largo y torpe período de búsqueda de algo que llene el vacío del pujoslismo. Puede que las figuras martirizadas y redentoras de los "presos políticos", especialmente la de Junqueras, sean la cantera de material para las sustituciones de antiguos mitos. Los grandes medios de desinformación, buques insignias de la subvención como todo el conglomerado del grupo Godó, han abandonado la beligerancia del procesismo replegando velas, optando de modo apático por las terceras vías, hoy todavía más patéticas que ayer. Relegando el campo del integrismo nacionalista a la miseria cognitiva de periódicos menores, o tabloides, como La República, El Punt+Avui, El nacional, y otros surtidores fecales. A pesar de las tendencias terceristas y el escenario de desorden ideológico y descabezamiento gubernamental, la vida civil sigue presionada: profesores universitarios hostigados por ofrecer sus clases en castellano, el miedo al castigo de profesionales y periodistas a exponer sus opiniones libremente, la ruina económica, escritores censurados, la asimilación catalanista a las nuevas formas de corrección política y cancelación cultural, el vaciamiento del lenguaje... ¿Tendrá razón Marx y la historia se repite dos veces, primero como tragedia, y después como farsa? Hoy, y tras esa voluntariosa repetición de las mismas fantasiosas vías hacia la independencia como si de almas bellas se tratara, la farsa es incuestionable. ¿Qué nos deparará? No lo sé, ni nadie puede. ¿Acaso una farsa como retorno de lo reprimido? Sólo el silencio puede garantizarlo. 

 

 

 


viernes, 15 de octubre de 2021

Una propuesta pedagógica republicana

Recoje Arcadi Espada en sus diarios una iniciativa republicana del profesor Giovannini. Una propuesta pedagógica de verdad, sin tonterías. Realmente un ejemplo de laicismo político y necesario ateísmo intelectual, con la presencia estética imprescindible de inteligente humanidad y sensibilidad, culta, limpia y decapada. Que sorprendentemente, de tener éxito su divulgación y realización, provocará la fatua ira de la izquierda divagante y extravagante, ondeando el relativismo cultural mediante el cual levantarán falsas acusaciones de islamofóbia, en esa necia y cruel identificación de religión y raza (o nacionalidad), o confundiendo la crítica de las religiones como forma de neocolonialismo. ¡Oh là, là!

Este tipo de iniciativas en España desbordan lo simbólico y se convierten casi en un deber moral y profesional dada la indolencia e indiferencia general de la comunidad educativa a proyectos o causas intelectuales con profundidad y sutileza, con horizontes. Eso, cuando no expresan su abierto y sucio antiintelectualismo. La triste condición dócil y servil de la mayor parte del cuerpo docente español, inseparable de sus chatas aspiraciones funcionariales, no sólo los convierte en obedientes burócratas (exceptuando cuando les tocan la cartera, es sabido que sólo a través de la cartera llega uno a su solitario corazón) de cualquier delirio pedagógico y cognitivo de la administración, sino en enérgicos filisteos, terribles troyanos en la educación pública. Retomar la última lección de Samuel Paty mediante caricaturas de Dios o el cuadro de la muerte del profesor sería una buena forma de dar señales de sutileza política y vida inteligente, tan inciertas en su insondable mundo y sus años de perro.      

La última lección de Samuel Paty

Actualizado 
La última lección de Samuel Paty

Escribe el profesor Giovannini:

«El 16 de octubre se cumple un año del asesinato de Samuel Paty. Fue un viernes. El lunes 19, como se sabe, la práctica totalidad de los profesores españoles mostró en sus clases las caricaturas de Mahoma, un gesto solidario y valiente que los honra y que permanecerá para siempre. Aquellos (pocos) que no lo hicieron tienen la oportunidad de redimirse colgando esta ilustración en el tablón de anuncios del instituto o la facultad, o en el aula, o en su departamento. Y están a tiempo de mostrar en clase las caricaturas este viernes 15 o el lunes 18. Será un hermoso homenaje a su infortunado compañero. Piensen en el hijo de Paty, que en estos días habrá cumplido seis años y lleva uno sin ver a su padre. Valor y al toro.

La ilustración, ni qué decir tiene, es un plagio. A Castelao».

martes, 12 de octubre de 2021

Los fragmentos de Zemmour

Escribo esto casi como nota de prensa, me resulta ajena la literatura esta mañana, será la vida. 

Zemmour, concebido como el intelectual y polemista de moda, e icono masivo, de la derecha francesa ilustrada, es la expresión más enfática y exhibida del liberalismo doctrinario o liberalismo reaccionario disfrazado de modernidad y refinamiento cultural, conservando viejos elementos absolutistas que históricamente y en principio su ideología debería combatir pero que ahora la constituyen. El polemista televisivo es la nueva figura de prestigio y compromiso político y moral del intelectual conservador, y Zemmour representa perfectamente el papel, además con el encanto y las sutilezas que hacen humanos, e incluso simpáticos, a los personajes despreciables y los tipos infames como él: amantes jóvenes, libertinaje y hedonismo matizado por el deber, buena mesa, el toque chic culto de lo francés, un aspecto físico gargamel, deseos y gustos contra la censura beata, y un discreto sentido del humor fraternal. Es probable que se presente con éxito mediático y social a las elecciones francesas, y aunque no gane las presidenciables habrá instaurado un marco de referencias y coordenadas ultraconservadoras y ultranacionalistas, ese fétido animalito inextirpable, en el debate público difícil de destruir. Sobredeterminando el discurso del resto de ideologías y tendencias políticas, especialmente las posibilidades de la izquierda, sea socialdemócrata o poscomunista, aumentando sus ángulos viciosos y puntos ciegos, hasta la hipertrofia. Su posible éxito electoral no es sólo un triunfo estratégico sobre el malestar, un síntoma de degradación y decadencia del sistema cultural, y la aparición renovada de un despotismo ilustrado, sino también un producto del mal del siglo: la indolencia.     

Los fragmentos de Zemmour, seleccionados por Juan Abreu en su dietario Emanaciones:

 

"Sábadlo, 9 de octubre de 2021

En el milenario imaginario de los árabes, el judío siempre vivió junto a ellos, pacíficamente, más no podía portar armas, tenía un estatus jurídico y fiscal inferior. Aceptaba de buen grado que los judíos más dotados, más inteligentes, más instruidos llegaran a ser consejeros del rey, financieros o escritores. Espíritus refinados y delicados como las mujeres, a las que se venera manteniéndolas en un estatus secundario, inferior, sometido. Pero “una mujer” que hace crecer naranjas en el desierto y gana todas las guerras contra los soldados árabes, verdaderos hombres. Nunca se repusieron de ello.

En estas condiciones, no es de extrañar que los árabes de los suburbios franceses quieran vengarse de los judíos que están a su alcance. No entienden nada de retos geopolíticos. Quieren simplemente vengar la virilidad perdida de sus hermanos. Lo hacen a la manera ancestral. Con los judíos como con las mujeres. O los “Blanquitos” asimilados a las chicas, como se vio el 8 de marzo de 2005 durante las manifestaciones estudiantiles contra la ley Fillon, La violencia y la ferocidad de aquellas cacerías contra los Blancos fueron incluso señaladas por el periódico Le Monde. La mayoría de los comentaristas de izquierda quisieron ver en ello un conflicto social. Algunos se atrevían a hacer una lectura étnica. Yo veo el odio visceral de “hombres de verdad” por los “mariquitas”, de los que saben pelear por aquellos que no saben defenderse.

Hay que leer a Zemmour.

Domingo, 3 de octubre de 2021

Las grandes leyes sobre el divorcio y el aborto son exactamente contemporáneas de otra legislación, la de la reagrupación familiar. Son además cifras del mismo orden, las del número anual de abortos y el número de entradas por el procedimiento de la ragrupación familiar. De nuevo esta vez el presidente de la República Valéry Giscart d´ Estaing (y su primer ministro Jacques Chirac) quiso mostrar su imagen más humanista; también entonces se vio desbordado. Ofrecía la “reagrupación familiar” como una recompensa a los – pocos – inmigrantes que escaparían a la obligación de volver a su país de origen. Pero nadie volvió, salvo algunos trabajadores portugueses. Y la máquina de reagrupación familiar funcionó a pleno rendimiento. Transformó la inmigración de trabajo en una inmigración de repoblación.

Simbólicamente, fue como si los pueblos cansados renunciasen a reproducirse ellos mismos y optasen por ser rescatados por los más vigorosos, los más jóvenes. Como si los hombres franceses y europeos, dejando su falo en tierra, no pudiendo o no queriendo fecundar a sus reacias mujeres, hubieran pedido socorro a sus antiguos “criados” a los que habían emancipado. Como si Francia, y Europa, convertida uniformemente en mujer, se hubiera declarado tierra abierta, a la espera de ser fecundada por una virilidad venida de afuera.

Treinta años después, el joven árabe constituye el tabú que más pesa sobre la sociedad francesa. Es a un tiempo objeto de rechazo y de deseo, de odio y de fantasía. Las feministas abominan de él, pero no se atreven a decirlo por reminiscencias anticolonialistas. Están furiosas de ver como las ciudades vuelven a la edad de piedra antifeminista y, a la vez, encantadas de encontrar un referente masculino aborrecible tan perfecto. Es el bárbaro en Roma, el lobo metido en París. Tiene un lenguaje próximo al Neanderthal. Es el hombre anterior a la civilización. Reacciona de manera binaria, “zorra” o “respeto”, putas en minifalda y santas con velo, prostituta o virgen. No ha leído a Stendhal. No ha leído a René Girard. Ni El eterno marido de Dostoïevski. Pero a veces ofrece su conquista a sus amigos durante las famosas “violaciones en grupo” (…) Vienen de un mundo donde los hombres no están feminizados, en el que se comportan según sus pulsiones, pero en el que estas pulsiones están contenidas dentro de un marco rígido, familiar y religioso. Ahora bien, viven en un país en el que el marco ha saltado por los aires. Son conquistadores en una ciudad abierta.

Hay que leer a Zemmour."

Viernes, 1 de diciembre de 2021

“Los hombres están dispuestos a todo por follar, incluso a amar; las mujeres están dispuestas a todo por ser amadas, incluso a follar”. Broma de otra época, de una época y un mundo viril, dominado por la psique masculina. Broma sin duda prohibida por la directriz europea del 23 de septiembre sobre acoso sexual. Nuestros amigos europeos pueden dormir tranquilos en su hotel de Bruselas. Este mundo se muere. Los hombres son ahora sinceros. Están alienados, pero de buena fe. Quieren amar y desear a un tiempo. Quieren convertirse en mujeres como las demás.

En los Estados Unidos, como en Canadá, los encuestadores de Pfizer escuchan a mujeres, sarcásticas o desesperadas (o ambas cosas), afirmar que un hombre que tenga una erección de más de tres minutos es un héroe. Todo el mundo se asombra, se preocupa. ¿Qué ocurre entonces? Los hombres no comprenden qué les pasa. Las mujeres tampoco. No se dan cuenta de que su obsesión por el “respeto” las devuelve al punto puritano de partida del que vienen. En la sociedad antigua, para contener las impaciencias masculinas, las mujeres decían “¿por quién me toma?” La imagen de la pura, de la santa, de la virgen, desanimaba o, en todo caso, canalizaba las pulsiones viriles. Hoy en día no les importa ni lo más mínimo su virginidad o su pureza, sino su igualdad, su independencia, “la imagen de la mujer”. Una vez más, el sacrosanto respeto neopuritano funciona como una máquina que aniquila el deseo de los hombres.

Lunes, 27 de septiembre de 2021

“El vello no es perseguido porque sí. No se erradica del cuerpo de los hombres por meras razones mercantiles. El vello es un rastro, un marcador, un símbolo. De nuestro pasado de hombre de las cavernas, de nuestra bestialidad, de nuestra virilidad. De la diferencia entre los sexos. Nos recuerda que la virilidad va de la mano con la violencia, que el hombre es un depredador sexual, un conquistador. Es el signo en la adolescencia de que el hombre se aleja del niño que fue; y de la mujer que nunca fue. Durante siglos, naturaleza y cultura fueron a la par, las mujeres arrancándose el escaso vello que tenían y los hombres enarbolando orgullosamente, cual viril estandarte, su pilosidad. La depilación masculina marca la voluntad de acabar con nuestra virilidad ancestral; es signo de la búsqueda de la infancia perdida, de la pureza, de la inocencia, de la dulzura, de la debilidad. De la feminidad. De la confusión sexual. Es una auténtica ruptura histórica. (…) Tras ese cuerpo cuidadosamente rasurado se dibuja otro mundo. Nietzsche decía: La mujer no tendría el talento del adorno si no supiera instintivamente que su papel es secundario. El hombre aprende ahora a adornarse. Y aprende deprisa”.

“Creíamos justamente haber abandonado desde hace treinta años esta imagen tradicional de la mujer. Habíamos leído a Catherine Millet. Habíamos visto en televisión a todas esas mujeres jóvenes que publicaban novelas eróticas (ilegibles). El deseo de las mujeres se exhibía, se imponía, se vendía. Durante años, se había decretado que las mujeres podían, también ellas, como los hombres, separar el deseo del amor, tener uno, dos, diez amantes; las revistas femeninas alababan el adulterio; las mujeres ya no estarían esperando el príncipe azul. Serían hombres como los demás, gozando del placer allí donde lo encontraran. Recuerdo una película de los años 80 en la que Miou-Miuo tenía dos maridos. Roger Hanin y Eddy Mitchell, en dos ciudades distintas. Y todo iba estupendamente en el mejor de los mundos. Doble vida, triple vida, cuádruple vida, las mujeres hacían todo como los hombres. Incluso vi películas y leí libros en los que una mujer pagaba a un hombre para que se acostara con ella. Un auténtico prostituto. No sólo un gigoló hacia el cual, a pesar de todo, nacen forzosamente sentimientos de amistad, de cariño. (…) Hoy es como si aquella época hubiera terminado. (…) Las jóvenes generaciones son las más reaccionarias, las más rebeldes contra las lecciones libertarias de sus madres. La pareja es lo único verdadero. Aunque sea efímera. Tan efímera como sacralizada. (…) Si las mujeres, en su mayoría han renunciado a comportarse como hombres, se niegan a abandonar los sueños románticos que las guían desde el principio del mundo; han sacado de esta paradoja una conclusión radical y sin embargo lógica: puesto que no han logrado convertirse en hombres, tienen, pues, que convertir a los hombres en mujeres”.

Sigo con Zemmour. Que a medida que avanzo crece y crece.

“Se sugiere la evidente superioridad de los valores femeninos, la dulzura sobre la fuerza, el diálogo sobre la autoridad, la paz sobre la guerra, la escucha sobre el mandato, la tolerancia sobre la violencia, la precaución sobre el riesgo. Y todos los hombres y las mujeres, sobre todo los hombres, tienen que comulgar con esta nueva búsqueda del Grial. La sociedad unánimemente conmina a los hombres a revelar la feminidad que guardan en su interior. Con una buena voluntad desconcertante, malsana, los hombres hacen todo lo que pueden para realizar este ambicioso programa: convertirse en una mujer como las demás. Para superar por fin sus arcaicos instintos. La mujer ya no es un sexo sino un ideal”.

“El feminismo es una máquina de fabricar igualdad. Ahora bien, el deseo se basa en la atracción de lo diferente. Reduciendo el potencial de ese deseo entre hombres y mujeres, el feminismo ha hecho un gran favor a los homosexuales, ha alejado a los hombres de las mujeres, ha ampliado el campo de acción de los homosexuales. A las feministas les convenía también porque siempre han considerado la penetración, lo digan o no, una violación, incluso cuando es consentida. Lo que no es falso, por otra parte. Todas las palabras del vocabulario viril para referirse al acto sexual tienen relación con la fuerza y el engaño: tomar, poseer, tirársela, follársela, joder. Pero, al final, las mujeres se han convertido en rehenes de los homosexuales. Han ligado su suerte a la de sus enemigos”.

“Todo el trabajo ideológico de las feministas y de los homosexuales militantes ha consistido en desnaturalizar la diferencia de los sexos, en mostrar el carácter exclusivamente cultural, y por lo tanto artificial, de los atributos tradicionalmente viriles y femeninos. La deconstrucción sexual ha minado todas las certezas de unos y otros. Era el objetivo que se buscaba.”

sábado, 9 de octubre de 2021

Un día cualquiera

Releyendo los artículos de Julio Camba en Sobre casi todo/Sobre casi nada, uno se da cuenta que son perfectamente intercambiables con los apuntes, donaires, sentencias y recuerdos del Juan de Mairena de Antonio Machado, en un profundo orden estético: una literatura de aperitivo. Literatura de vermú de un día cualquiera, de indolentes horas e indolente pasar. Figuras que tanto el canon cultural conservador como socialdemócrata han construido bajo una pretenciosa modernidad, una leyenda cosmopolita y historia hipertrofiada de liberalismo e ilustración españolas. Todo, exactamente todo, oculta la única verdad, innegable pero inconfesable: el inextirpable mundo de sol y moscas de la cultura española.

Desarrollar esta idea, que aunque expuesta en forma de provocación, es absolutamente incuestionable.   

viernes, 8 de octubre de 2021

Hola muñeca

Sigo con los fragmentos de mi correspondencia. Esta vez son notas modificadas de mi correspondencia con R. 

Ciertamente las muñecas abandonadas son un objeto inquietante que me encuentro a menudo por las calles o los parques forestales por donde paseo: su abandono, su feminidad arrebatada y enfatizada, sus cuerpos mutilados, la suciedad que siempre acompaña sus vestidos rotos, esas cabezas de plástico deformadas por el calor y su color desgastado y apagado por el sol, con ojos hundidos vueltos hacia dentro en una interioridad vacía, siempre durmientes o desvanecidas, tumbadas en el cemento entre orines y fluidos oscuros, y tiradas por las calles en humedades o en rincones resguardados en los bosques. Un sinfín de muñecas desaparecidas que llevan en su rostro marchitado la fatalidad, y el olvido de la infancia. Hace un tiempo encontré unos dibujos de palo coloreados de unas niñitas con formas geométricas irregulares impresas sobre cartulinas a tamaño humano que permanecían colgadas con sus nombres de las ramas de los árboles, o recostadas en los huecos de piedra del camino que sirven para canalizar el agua de la lluvia. La intemperie fue deshaciendo las cartulinas y sus vidas, pero durante muchas semanas esas miradas, enturbiadas por una espera sin horizontes, determinaban el paseo de los caminantes. Parecían esconderse, y estaban distribuidas a lo largo y ancho de la pequeña falda de la montaña, o entre los árboles, cuya distribución y composición en el ambiente invitaba a verlas como dianas o presas a disparar. Así las situaron. En ellas también había ese frío del mundo y el abandono, algo de una orfandad incurable y natural. Así las crearon.

Otro recuerdo me confirma este abandono. Una tarde, de regreso a casa y tras haber comprado unas arepas rellenas de carne y queso para cenar me entretuve mirando la cartelera iluminada del cine comercial Phenomena. Las grandes puertas de cristal, cerradas, reflejaban mi silueta exagerada, gruesa y ondulante, y picoteada por una nube de mosquitos diminutos que sobrevolaba una enorme mancha oscura en el suelo donde, hacinadas, se depositaba un montoncito de muñecas de plástico desmontadas y malolientes, sin ojos, roídos sus pies y manos, reblandeciéndose y deformado el plástico de sus cuerpos. Un vagabundo parecía dormitar en la esquina del portal con una de esas muñecas, quizá la más entera y bella, entre sus brazos; aquella muñequita moribunda era tan indicativa de la falta de amor de su nuevo dueño como de la desposesión de su vida. Sin duda los delirios de aquel hombre adormilado y zumbón eran los delirios de nuestro mundo, cobrándose su perentoria y provisional víctima.  

Lo que me parece curioso es el doble sentido de su destino: domesticidad y abandono. Las muñecas habitan los hogares, ya que realmente son productos de la domesticidad, se hacen y piensan (la fabricación e imposición de una mística de la feminidad) para el juego y la imaginación de las niñas y sus dulzuras o pesares, las infantiles glorias y penas de amor; juguetes creados para la familia y los sentimientos más tradicionales de la evasión, el cuidado, y bajo las formas dulces y sencillas de la felicidad conyugal, son la más viva y clara posesión de esas niñas. Pero una vez agotado su fetiche de género por la crecida de la edad u otros azares, y una vez caídas en la calle ya sucias y sin ropa, esos juguetes  pasan plenamente a manos de sus nuevos propietarios, los hombres, también caídos, quizá en su día fueron padres que las compraban para sus hijas, mientras que hoy duermen con ellas y despiertan ahora un renovado interés adulto. Y algo las destroza. 

Una extraña propiedad compartida entre niñas y hombres.

jueves, 7 de octubre de 2021

Correspondencia con W.

Desayuno con W. cerca de casa, en la terraza de mesas y sillas frías y metálicas de un tranquilo bar regentado por chinos, delante de los muros de la vieja caballería, hoy reformada. A la vuelta, ya en el metro y dirigéndome hacia Santa Coloma, moderna prolongación de los barrios obreros de Barcelona, sin el encanto de las antiguas y veraniegas casas burguesas del Guinardó, terrosas y solares, y exalando su seco estilo proletario, digamos, sin pretensiones, tomo unas notas sobre el amor. La lucidez y belleza de W. (y lo digo según el orden que hoy se estila), en sus refinadas y sutiles alusiones a una pasión erótica que parecen decirnos Este fue un amor, ¿cuándo saldrá otro a responderme?, inspiraron las notas de mi correspondencia. Esa intempestiva actividad hoy en desuso y cargada, dicen los infatuados, de melancolia: “En los últimos encuentros hemos dedicado mucho tiempo a hablar sobre la condición del amor moderno y su paradójica situación, la independencia o sensibilidad del ego, la belleza del amante, y los sinsabores inevitables de la pareja. Resulta sorprendente ver cómo el amor, el más egoísta de los sentimientos humanos, triunfa mientras se vende como desinterés, absoluta entrega al otro, olvido de sí, y simple bondad, de corazón tan blanco. Casi sin asperezas ni peligros, ni las obligaciones y dependencias que lo hacen, en ocasiones, aborrecible. Un valor fundamental y de larga y justificada tradición estética en Occidente, y a la vez fuente innumerable de contradicciones: un sentimiento donde se mezclan visiones idealizadas del ser amado y violentos deseos de posesión de una ficción (¡y ya sabemos que conquistar una ficción, o una metáfora, resulta más fácil y rentable que conquistar una realidad!). Donde se desmonta el paradójico carácter del sujeto contemporáneo celoso de su libertad y autonomía pero todavía dispuesto a renunciar a esa independencia por la propia pasión amorosa, o su incierta promesa incluso bajo las formas más delirantes. Capaz de superar los fracasos con un escepticismo que no eclipsa sus anhelos de empezar una nueva aventura erótica o íntima como si no se hubiera marchitado su primera y pura inocencia. Deseamos poseer sin ser poseídos. Esa es la estúpida y pueril encrucijada que nadie parece estar dispuesto a reconocer. Asusta ese impenetrable muro de cemento sentimental. Es posible que en nuestro tiempo, y en cualquier tiempo, el amor sólo triunfe bajo la permanente tentación del fracaso. Y por supuesto, no olvido que los instantes de amor son instantes de eternidad…” Seguro, es una lectura parcial de ese amor tontorrón y narcisista de mi generación.

Los Pedros y la democracia

  Sin duda, Marisas y Pedros son un buen motivo para dejar de ser de Izquierdas: