viernes, 10 de enero de 2020

Necedad

A veces trato, desaforadamente, de comprender hasta el último brillo la rotunda estupidez humana. No lo logro. Tengo que reconocer que no es mi fuerte, salvo en la estulticia amorosa, donde soy realmente ejemplar. El brillo de su gloria y de su incuestionable éxito, que conduce inexorable al caudillismo político y emocional, es un hecho perturbador e inquietante para mi intimidad, tan radical y justa en sus pasiones (creo que toda intimidad es radical, necesaria y justa en sus pasiones). No logro entender donde reside la capacidad de seducción, el carácter terriblemente fascinador de la necedad, pues se diría que su intensidad sólo es propia de lo exclusivo y escaso, desquiciadamente buscado por su exclusividad y escasez, sin embargo es lo más popular, incomparable vulgaridad y frecuencia donde, y cómo, se expresa. Es el perfecto objeto de mi incomprensión. Tienen, los necios, la ventaja que incluso el cristal del espejo les niega el reflejo.

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