lunes, 13 de enero de 2020

La realidad, y sus negocios

Las obviedades, en forma de obvias contradicciones de la realidad, son las cosas más difíciles de asumir; intuyo que tiene que tener alguna relación con mi escolar adagio, y creo sinceramente que es mío: quién dice verdad, muere. La sencillez y simplicidad de algunas verdades se hace insoportable para aquellos que ven la terrible arrogancia del que las dice desde el privilegio de la claridad, un momento fugaz de inteligencia, la claridad y audacia de la mente, y la precisión en la palabra. Pero su indignación no tiene ni fundamento ni causa, porque quien enuncia las contradicciones ni es ajeno a ellas ni puede evitarlas, impotente ante su inmensidad inmisericorde, ni escapa, ni puede escapar; simplemente no se ciega ni se acobarda, huye, sí, huye resignado y asustado como todos los animales ante el fuego, devorados antes por el humo que pasto y presas de las llamas. Los médicos viven de la enfermedad, eso es ir al núcleo del asunto, sin cinismo, ni fatuidad, ni vanas contemplaciones; los médicos viven de la enfermedad antes que de la curación, ya que no pueden haber curas ni saneamiento sin enfermedad, sin embargo, puede haber enfermedad sin cura, su autonomía es mayor y decisiva y devastadora, enfermedades incurables, mortales, finales. Tampoco es nada nuevo ni provocador si lo analizamos bien, y como dice mi madre, cada profesión tiene lo suyo. Los médicos viven de la enfermedad de igual manera que los curas, los enterradores y los verdugos viven de la muerte. Claro está que con notables y definitivas diferencias morales y políticas. Curas y verdugos son moralmente lo mismo, consignan la suciedad y zafiedad humanas, son canallas, canallas, canallas; mientras que los enterradores hacen un noble trabajo, moralmente decentes, discretos, pulcros, respetuosos, educados, silenciosos, y soportan además el desprecio de la mayoría, que frecuentan más a curas y verdugos. Pero la lista es larga y nutritiva: los médicos, veterinarios, enfermeras, farmacéuticos, chamanes y todo tipo de sanitarios, viven de la enfermedad, los profesionales de la religión y la mentira viven de la muerte, los verdugos de la muerte, los enterradores de la muerte, los forenses de la muerte, los policías y jueces viven de la criminalidad, el delito y la ilegalidad, los políticos y el Estado del desorden y la inseguridad, los profesores de la ignorancia, los escritores de la necedad, las putas y putos del sexo, la desesperación y las frustraciones sexuales, los bomberos del fuego y los gatos, los jardineros de las flores, los carniceros de la matanza animal, los toreros de los toros y sus penes, los famosos de la envidia y la ostentación, los hijos de los padres, los padres de la herencia del abuelo, los bancos viven, ¡y cómo viven!, de los pobres, de la pobreza mundial, ruin, cruel y repugnante pobreza de la humanidad, los empresarios del trabajo de sus empleados, los basureros de la basura, los militares de la guerra, y esa paz que solo se consigue con el miedo a la guerra, la guerra en otros lugares, o la paz que antes fue guerra, los casinos viven de la ambición de los mediocres y mezquinos, los payasos de los niños, los pederastas de la violación de los niños, los pedófilos del amor a los niños, también los curas viven de los niños, las guarderías también de los niños, las chucherías también de los niños, los carceleros de los asesinos y ladrones, las universidades de la mentira, los periódicos de las dictaduras y las crisis económicas, la televisión y los gimnasios del tiempo vacío, los autónomos del futuro, y así podría seguir eternamente. No hay sorpresa ninguna: la realidad, y sus negocios.    

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