miércoles, 8 de enero de 2020

Nuestro tiempo

Escribe Erasmo sobre nuestro tiempo en su Elogio de la Locura:

<< [Hay que recordar que quien habla durante todo el libro es la locura y la necedad, no Erasmo; también aquí suena la voz desquiciada] Es, desde luego, mérito mío, que podáis ver por doquier ancianos de nestórea senectud, a los que no queda ya figura humana siquiera, balbucientes, bobos, desdentados, canosos, calvos, o, para describirlos mejor con palabras de Aristófanes, sórdidos, encorvados, miserables, arrugados, calvos e impotentes, y que, sin embargo, se deleitan de tal modo con la vida y se sienten tan jovencillos, que uno se tiñe las canas, otro disimula su calvicie con cabelleras postizas, otro usa dientes prestados, tomados tal vez de un cerdo, otro se perece por alguna chiquilla y aventaja incluso, con sus locuras amorosas, a cualquier muchachito. Pues, cuando ya están con un pie en la tumba y son meros cadáveres ambulantes, es frecuente que tomen por esposa a alguna tierna jovencita, aunque no tenga dote y vaya a ser gozada por otros, y ello se considera casi como un mérito.

Pero aún mucho más gracioso es ver a ciertas ancianas, casi consumidas ya por su larga vejez y tan cadavéricas que parecen haber vuelto del infierno, que, sin embargo, siempre tienen en la boca que la luz de la vida es bella, que todavía se hacen las gatitas enamoradas y, como suelen decir los griegos, aún parecen cabras en celo, intentando a gran precio atraer a un nuevo Faón cualquiera; por ello continuamente se embadurnan el rostro con afeites, nunca se aparta del espejo, se depilan el matorral del viejo vientre, ostentan sus senos mustios y arruinados, con tembloroso gruñido excitan el deseo languideciente, beben y beben, se mezclan en las danzas de los jóvenes y escriben cartitas de amor. Todos se ríen de esto como de grandes tonterías, que es lo que son; pero ellas se sienten satisfechas consigo mismas y se encuentran como nadando entre nubes: por merced mía, son felices.

En fin, aquellos a los que todo esto les parezca risible, yo quisiera que mediten bien en su interior qué creen mejor, si llevar una vida completamente agradable gracias a esta clase de necedad, o andar buscando, como dice la gente, una viga para ahorcarse. Además, lo que vulgarmente se considera sujeto a maledicencias, no afecta para nada a mis necios, que o no sienten en ello un perjuicio, o bien, si lo sienten, se olvidan de él con facilidad. Si les cayera una piedra en la cabeza, eso sí sería perjuicio. Por lo demás, la vergüenza, el deshonor, las injurias, la maledicencia, sólo aportan perjuicios en la medida en que se les presta atención. Si esa atención falta, no son siquiera un mal. ¿Qué daño hace que todo el pueblo te abuchee, con tal que tú te aplaudas a ti mismo? Que tal cosa sea posible, sólo la Necedad lo garantiza. >>

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