
Pero aún mucho más gracioso es ver a ciertas ancianas, casi consumidas ya por su larga vejez y tan cadavéricas que parecen haber vuelto del infierno, que, sin embargo, siempre tienen en la boca que la luz de la vida es bella, que todavía se hacen las gatitas enamoradas y, como suelen decir los griegos, aún parecen cabras en celo, intentando a gran precio atraer a un nuevo Faón cualquiera; por ello continuamente se embadurnan el rostro con afeites, nunca se aparta del espejo, se depilan el matorral del viejo vientre, ostentan sus senos mustios y arruinados, con tembloroso gruñido excitan el deseo languideciente, beben y beben, se mezclan en las danzas de los jóvenes y escriben cartitas de amor. Todos se ríen de esto como de grandes tonterías, que es lo que son; pero ellas se sienten satisfechas consigo mismas y se encuentran como nadando entre nubes: por merced mía, son felices.
En fin, aquellos a los que todo esto les parezca risible, yo quisiera que mediten bien en su interior qué creen mejor, si llevar una vida completamente agradable gracias a esta clase de necedad, o andar buscando, como dice la gente, una viga para ahorcarse. Además, lo que vulgarmente se considera sujeto a maledicencias, no afecta para nada a mis necios, que o no sienten en ello un perjuicio, o bien, si lo sienten, se olvidan de él con facilidad. Si les cayera una piedra en la cabeza, eso sí sería perjuicio. Por lo demás, la vergüenza, el deshonor, las injurias, la maledicencia, sólo aportan perjuicios en la medida en que se les presta atención. Si esa atención falta, no son siquiera un mal. ¿Qué daño hace que todo el pueblo te abuchee, con tal que tú te aplaudas a ti mismo? Que tal cosa sea posible, sólo la Necedad lo garantiza. >>
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