jueves, 16 de enero de 2020

Izquierda y albóndigas

Hablo con L. justo antes de la cena, la pasta con salsa y albóndigas, hablamos en el estudio dormitorio, y de la intrascendencia del momento, una mujer tumbada en la cama mientras el desamor y los recuerdos pasan por su cabeza y un hombre sentado en su silla deseando el punto rojo, encendido, de su cigarro, aparece una vez más el carácter insólito de lo evidente. Le digo que quién quisiera o pudiera llamarse plenamente de izquierdas, con la boca hinchada, sin un retorcimiento eléctrico en el rostro. Sólo si la izquierda, exista como exista en nuestra actualidad, consigue desprenderse de esa gran empresa humanitariamente criminal que es la religión, y también, desprenderse de la aberración estética, ética y política del nacionalismo, ese último reducto de la paranoia narcisista, entonces tendrá sentido la continuidad de su existencia. Es curioso que con los últimos pactos, el último y primer gobierno español de coalición entre la cínica y fatua socialdemocracia y el populismo izquierdista (lo nombro en el estricto sentido técnico, en el sentido político, y no propagandístico, que acuña Laclau) se consiga, en uno de los giros irónicos de la historia, precisamente en nombre del progreso social, apoyar tendencias reaccionarias y represivas mediáticamente blanqueadas y normalizadas. Una sutil pero letal  forma del irracionalismo. Defendido por las fórmulas más horteras, cursis, bobaliconas, cutres y torpes, de la que son capaces la arrogancia de la estulticia y la ceguera voluntaria. El precio a pagar por estas mamarrachadas de la gobernabilidad, la estabilidad y los sucedáneos del progreso son la consolidación del caudillismo y caciquismo de los nacionalismos regionales, las nefastas políticas de la indentidad y el relativismo político, moral y epistemológico, de atroces consecuencias. Imágenes de todo esto: la personalidad autoritaria de las figuras catalanistas, la identificación de la muerte y la memoria con la nada de las ánimas del nacionalismo vasco, las terrible impunidad con la que actúan los carceleros que imponen las sombras del burka a las mujeres, devorando poco a poco sus cuerpos con la complicidad de los relativistas. Claro está, en el marco de explotación y dominación capitalista estas fórmulas socialdemócratas no son ni una forma de resistencia política, ni un camino de emancipación, sino exactamente el modo más perfecto de hacerlo todo, para la crítica, el pensamiento y la acción, más confuso e impenetrable.

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  Sin duda, Marisas y Pedros son un buen motivo para dejar de ser de Izquierdas: