sábado, 4 de enero de 2020
Nubes rojas
No puedo quitarme de encima este hedor de ultratumba cada vez que veo por televisión, sentaditos tan pintureros en sus escaños, a esos traficantes de cadáveres, traficantes de memorias moribundas, traficantes de traje y corbata, señoritos de Bilbao viviendo del crimen político, ejecutivos bien limpitos y puestos, educados, de buenas maneras, buenos modales, buenas intenciones, puros sentimientos, buenos coches, buenas casas y mala cabeza, cuyo poder reside en el ruido y fama del crimen, atenuados por la insoportable simpatía que las televisiones autonómicas han fabricado siniestramente alrededor del nacionalismo vasco. Son quizá el tipo humano más desagradable y degradante: aquellos cuyo prestigio deriva de la pureza y virginidad en la sangre, cuyo prestigio se forja en el equívoco de que por razones estéticas y altos imperativos éticos no matan pudiendo hacerlo, porque les asquea el trabajo sucio, la víscera y los ejercicios de casquería. Tienen el aire viciado de ese mafioso blanqueado, reconvertido, reinsertado y reeducado en hombre de legítimos negocios. El incomprensible prestigio del que condena el asesinato, el crimen y la violencia, toda muerte, pero que come y vive de lo que otros han matado, sin cuestionar jamás esa cadena de sentido ideológico que los convierte en el mismo pasto miserable de orgullo, gloria y eternidad de la muerte. Con la inestimable diferencia que distingue a los terroristas de los nacionalistas: el coraje y la valentía física; mientras que estos últimos esperan o esperaban con los pies calientes el nuevo muerto, la última muerte con la que iban a comerciar y producir su propaganda de redención y pureza moral, aquellos, empuñando las armas, al menos asumían su historia de violencia y su condición miserable, aceptaban el riesgo de ser castigados, condenados a larguísimas penas de prisión y a ser repudiados hasta el hartazgo por una sociedad civil ramplona y frívola. Lo único que puede llegar a consolarme es la inteligencia del lector para comprender mi exposición y mi tedio, y entiéndame, los hechos de los nacionalistas vascos y los terroristas son distintos, pero el ánimo de sus cuerpos es el mismo: identificar la muerte con la nada. Eso es lo que desea el asesino, la condición criminal: identificar la muerte con la nada.
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