jueves, 7 de octubre de 2021

Correspondencia con W.

Desayuno con W. cerca de casa, en la terraza de mesas y sillas frías y metálicas de un tranquilo bar regentado por chinos, delante de los muros de la vieja caballería, hoy reformada. A la vuelta, ya en el metro y dirigéndome hacia Santa Coloma, moderna prolongación de los barrios obreros de Barcelona, sin el encanto de las antiguas y veraniegas casas burguesas del Guinardó, terrosas y solares, y exalando su seco estilo proletario, digamos, sin pretensiones, tomo unas notas sobre el amor. La lucidez y belleza de W. (y lo digo según el orden que hoy se estila), en sus refinadas y sutiles alusiones a una pasión erótica que parecen decirnos Este fue un amor, ¿cuándo saldrá otro a responderme?, inspiraron las notas de mi correspondencia. Esa intempestiva actividad hoy en desuso y cargada, dicen los infatuados, de melancolia: “En los últimos encuentros hemos dedicado mucho tiempo a hablar sobre la condición del amor moderno y su paradójica situación, la independencia o sensibilidad del ego, la belleza del amante, y los sinsabores inevitables de la pareja. Resulta sorprendente ver cómo el amor, el más egoísta de los sentimientos humanos, triunfa mientras se vende como desinterés, absoluta entrega al otro, olvido de sí, y simple bondad, de corazón tan blanco. Casi sin asperezas ni peligros, ni las obligaciones y dependencias que lo hacen, en ocasiones, aborrecible. Un valor fundamental y de larga y justificada tradición estética en Occidente, y a la vez fuente innumerable de contradicciones: un sentimiento donde se mezclan visiones idealizadas del ser amado y violentos deseos de posesión de una ficción (¡y ya sabemos que conquistar una ficción, o una metáfora, resulta más fácil y rentable que conquistar una realidad!). Donde se desmonta el paradójico carácter del sujeto contemporáneo celoso de su libertad y autonomía pero todavía dispuesto a renunciar a esa independencia por la propia pasión amorosa, o su incierta promesa incluso bajo las formas más delirantes. Capaz de superar los fracasos con un escepticismo que no eclipsa sus anhelos de empezar una nueva aventura erótica o íntima como si no se hubiera marchitado su primera y pura inocencia. Deseamos poseer sin ser poseídos. Esa es la estúpida y pueril encrucijada que nadie parece estar dispuesto a reconocer. Asusta ese impenetrable muro de cemento sentimental. Es posible que en nuestro tiempo, y en cualquier tiempo, el amor sólo triunfe bajo la permanente tentación del fracaso. Y por supuesto, no olvido que los instantes de amor son instantes de eternidad…” Seguro, es una lectura parcial de ese amor tontorrón y narcisista de mi generación.

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