martes, 12 de octubre de 2021

Los fragmentos de Zemmour

Escribo esto casi como nota de prensa, me resulta ajena la literatura esta mañana, será la vida. 

Zemmour, concebido como el intelectual y polemista de moda, e icono masivo, de la derecha francesa ilustrada, es la expresión más enfática y exhibida del liberalismo doctrinario o liberalismo reaccionario disfrazado de modernidad y refinamiento cultural, conservando viejos elementos absolutistas que históricamente y en principio su ideología debería combatir pero que ahora la constituyen. El polemista televisivo es la nueva figura de prestigio y compromiso político y moral del intelectual conservador, y Zemmour representa perfectamente el papel, además con el encanto y las sutilezas que hacen humanos, e incluso simpáticos, a los personajes despreciables y los tipos infames como él: amantes jóvenes, libertinaje y hedonismo matizado por el deber, buena mesa, el toque chic culto de lo francés, un aspecto físico gargamel, deseos y gustos contra la censura beata, y un discreto sentido del humor fraternal. Es probable que se presente con éxito mediático y social a las elecciones francesas, y aunque no gane las presidenciables habrá instaurado un marco de referencias y coordenadas ultraconservadoras y ultranacionalistas, ese fétido animalito inextirpable, en el debate público difícil de destruir. Sobredeterminando el discurso del resto de ideologías y tendencias políticas, especialmente las posibilidades de la izquierda, sea socialdemócrata o poscomunista, aumentando sus ángulos viciosos y puntos ciegos, hasta la hipertrofia. Su posible éxito electoral no es sólo un triunfo estratégico sobre el malestar, un síntoma de degradación y decadencia del sistema cultural, y la aparición renovada de un despotismo ilustrado, sino también un producto del mal del siglo: la indolencia.     

Los fragmentos de Zemmour, seleccionados por Juan Abreu en su dietario Emanaciones:

 

"Sábadlo, 9 de octubre de 2021

En el milenario imaginario de los árabes, el judío siempre vivió junto a ellos, pacíficamente, más no podía portar armas, tenía un estatus jurídico y fiscal inferior. Aceptaba de buen grado que los judíos más dotados, más inteligentes, más instruidos llegaran a ser consejeros del rey, financieros o escritores. Espíritus refinados y delicados como las mujeres, a las que se venera manteniéndolas en un estatus secundario, inferior, sometido. Pero “una mujer” que hace crecer naranjas en el desierto y gana todas las guerras contra los soldados árabes, verdaderos hombres. Nunca se repusieron de ello.

En estas condiciones, no es de extrañar que los árabes de los suburbios franceses quieran vengarse de los judíos que están a su alcance. No entienden nada de retos geopolíticos. Quieren simplemente vengar la virilidad perdida de sus hermanos. Lo hacen a la manera ancestral. Con los judíos como con las mujeres. O los “Blanquitos” asimilados a las chicas, como se vio el 8 de marzo de 2005 durante las manifestaciones estudiantiles contra la ley Fillon, La violencia y la ferocidad de aquellas cacerías contra los Blancos fueron incluso señaladas por el periódico Le Monde. La mayoría de los comentaristas de izquierda quisieron ver en ello un conflicto social. Algunos se atrevían a hacer una lectura étnica. Yo veo el odio visceral de “hombres de verdad” por los “mariquitas”, de los que saben pelear por aquellos que no saben defenderse.

Hay que leer a Zemmour.

Domingo, 3 de octubre de 2021

Las grandes leyes sobre el divorcio y el aborto son exactamente contemporáneas de otra legislación, la de la reagrupación familiar. Son además cifras del mismo orden, las del número anual de abortos y el número de entradas por el procedimiento de la ragrupación familiar. De nuevo esta vez el presidente de la República Valéry Giscart d´ Estaing (y su primer ministro Jacques Chirac) quiso mostrar su imagen más humanista; también entonces se vio desbordado. Ofrecía la “reagrupación familiar” como una recompensa a los – pocos – inmigrantes que escaparían a la obligación de volver a su país de origen. Pero nadie volvió, salvo algunos trabajadores portugueses. Y la máquina de reagrupación familiar funcionó a pleno rendimiento. Transformó la inmigración de trabajo en una inmigración de repoblación.

Simbólicamente, fue como si los pueblos cansados renunciasen a reproducirse ellos mismos y optasen por ser rescatados por los más vigorosos, los más jóvenes. Como si los hombres franceses y europeos, dejando su falo en tierra, no pudiendo o no queriendo fecundar a sus reacias mujeres, hubieran pedido socorro a sus antiguos “criados” a los que habían emancipado. Como si Francia, y Europa, convertida uniformemente en mujer, se hubiera declarado tierra abierta, a la espera de ser fecundada por una virilidad venida de afuera.

Treinta años después, el joven árabe constituye el tabú que más pesa sobre la sociedad francesa. Es a un tiempo objeto de rechazo y de deseo, de odio y de fantasía. Las feministas abominan de él, pero no se atreven a decirlo por reminiscencias anticolonialistas. Están furiosas de ver como las ciudades vuelven a la edad de piedra antifeminista y, a la vez, encantadas de encontrar un referente masculino aborrecible tan perfecto. Es el bárbaro en Roma, el lobo metido en París. Tiene un lenguaje próximo al Neanderthal. Es el hombre anterior a la civilización. Reacciona de manera binaria, “zorra” o “respeto”, putas en minifalda y santas con velo, prostituta o virgen. No ha leído a Stendhal. No ha leído a René Girard. Ni El eterno marido de Dostoïevski. Pero a veces ofrece su conquista a sus amigos durante las famosas “violaciones en grupo” (…) Vienen de un mundo donde los hombres no están feminizados, en el que se comportan según sus pulsiones, pero en el que estas pulsiones están contenidas dentro de un marco rígido, familiar y religioso. Ahora bien, viven en un país en el que el marco ha saltado por los aires. Son conquistadores en una ciudad abierta.

Hay que leer a Zemmour."

Viernes, 1 de diciembre de 2021

“Los hombres están dispuestos a todo por follar, incluso a amar; las mujeres están dispuestas a todo por ser amadas, incluso a follar”. Broma de otra época, de una época y un mundo viril, dominado por la psique masculina. Broma sin duda prohibida por la directriz europea del 23 de septiembre sobre acoso sexual. Nuestros amigos europeos pueden dormir tranquilos en su hotel de Bruselas. Este mundo se muere. Los hombres son ahora sinceros. Están alienados, pero de buena fe. Quieren amar y desear a un tiempo. Quieren convertirse en mujeres como las demás.

En los Estados Unidos, como en Canadá, los encuestadores de Pfizer escuchan a mujeres, sarcásticas o desesperadas (o ambas cosas), afirmar que un hombre que tenga una erección de más de tres minutos es un héroe. Todo el mundo se asombra, se preocupa. ¿Qué ocurre entonces? Los hombres no comprenden qué les pasa. Las mujeres tampoco. No se dan cuenta de que su obsesión por el “respeto” las devuelve al punto puritano de partida del que vienen. En la sociedad antigua, para contener las impaciencias masculinas, las mujeres decían “¿por quién me toma?” La imagen de la pura, de la santa, de la virgen, desanimaba o, en todo caso, canalizaba las pulsiones viriles. Hoy en día no les importa ni lo más mínimo su virginidad o su pureza, sino su igualdad, su independencia, “la imagen de la mujer”. Una vez más, el sacrosanto respeto neopuritano funciona como una máquina que aniquila el deseo de los hombres.

Lunes, 27 de septiembre de 2021

“El vello no es perseguido porque sí. No se erradica del cuerpo de los hombres por meras razones mercantiles. El vello es un rastro, un marcador, un símbolo. De nuestro pasado de hombre de las cavernas, de nuestra bestialidad, de nuestra virilidad. De la diferencia entre los sexos. Nos recuerda que la virilidad va de la mano con la violencia, que el hombre es un depredador sexual, un conquistador. Es el signo en la adolescencia de que el hombre se aleja del niño que fue; y de la mujer que nunca fue. Durante siglos, naturaleza y cultura fueron a la par, las mujeres arrancándose el escaso vello que tenían y los hombres enarbolando orgullosamente, cual viril estandarte, su pilosidad. La depilación masculina marca la voluntad de acabar con nuestra virilidad ancestral; es signo de la búsqueda de la infancia perdida, de la pureza, de la inocencia, de la dulzura, de la debilidad. De la feminidad. De la confusión sexual. Es una auténtica ruptura histórica. (…) Tras ese cuerpo cuidadosamente rasurado se dibuja otro mundo. Nietzsche decía: La mujer no tendría el talento del adorno si no supiera instintivamente que su papel es secundario. El hombre aprende ahora a adornarse. Y aprende deprisa”.

“Creíamos justamente haber abandonado desde hace treinta años esta imagen tradicional de la mujer. Habíamos leído a Catherine Millet. Habíamos visto en televisión a todas esas mujeres jóvenes que publicaban novelas eróticas (ilegibles). El deseo de las mujeres se exhibía, se imponía, se vendía. Durante años, se había decretado que las mujeres podían, también ellas, como los hombres, separar el deseo del amor, tener uno, dos, diez amantes; las revistas femeninas alababan el adulterio; las mujeres ya no estarían esperando el príncipe azul. Serían hombres como los demás, gozando del placer allí donde lo encontraran. Recuerdo una película de los años 80 en la que Miou-Miuo tenía dos maridos. Roger Hanin y Eddy Mitchell, en dos ciudades distintas. Y todo iba estupendamente en el mejor de los mundos. Doble vida, triple vida, cuádruple vida, las mujeres hacían todo como los hombres. Incluso vi películas y leí libros en los que una mujer pagaba a un hombre para que se acostara con ella. Un auténtico prostituto. No sólo un gigoló hacia el cual, a pesar de todo, nacen forzosamente sentimientos de amistad, de cariño. (…) Hoy es como si aquella época hubiera terminado. (…) Las jóvenes generaciones son las más reaccionarias, las más rebeldes contra las lecciones libertarias de sus madres. La pareja es lo único verdadero. Aunque sea efímera. Tan efímera como sacralizada. (…) Si las mujeres, en su mayoría han renunciado a comportarse como hombres, se niegan a abandonar los sueños románticos que las guían desde el principio del mundo; han sacado de esta paradoja una conclusión radical y sin embargo lógica: puesto que no han logrado convertirse en hombres, tienen, pues, que convertir a los hombres en mujeres”.

Sigo con Zemmour. Que a medida que avanzo crece y crece.

“Se sugiere la evidente superioridad de los valores femeninos, la dulzura sobre la fuerza, el diálogo sobre la autoridad, la paz sobre la guerra, la escucha sobre el mandato, la tolerancia sobre la violencia, la precaución sobre el riesgo. Y todos los hombres y las mujeres, sobre todo los hombres, tienen que comulgar con esta nueva búsqueda del Grial. La sociedad unánimemente conmina a los hombres a revelar la feminidad que guardan en su interior. Con una buena voluntad desconcertante, malsana, los hombres hacen todo lo que pueden para realizar este ambicioso programa: convertirse en una mujer como las demás. Para superar por fin sus arcaicos instintos. La mujer ya no es un sexo sino un ideal”.

“El feminismo es una máquina de fabricar igualdad. Ahora bien, el deseo se basa en la atracción de lo diferente. Reduciendo el potencial de ese deseo entre hombres y mujeres, el feminismo ha hecho un gran favor a los homosexuales, ha alejado a los hombres de las mujeres, ha ampliado el campo de acción de los homosexuales. A las feministas les convenía también porque siempre han considerado la penetración, lo digan o no, una violación, incluso cuando es consentida. Lo que no es falso, por otra parte. Todas las palabras del vocabulario viril para referirse al acto sexual tienen relación con la fuerza y el engaño: tomar, poseer, tirársela, follársela, joder. Pero, al final, las mujeres se han convertido en rehenes de los homosexuales. Han ligado su suerte a la de sus enemigos”.

“Todo el trabajo ideológico de las feministas y de los homosexuales militantes ha consistido en desnaturalizar la diferencia de los sexos, en mostrar el carácter exclusivamente cultural, y por lo tanto artificial, de los atributos tradicionalmente viriles y femeninos. La deconstrucción sexual ha minado todas las certezas de unos y otros. Era el objetivo que se buscaba.”

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