domingo, 17 de octubre de 2021

El silencio de los álamos (o el silencio de las almas bellas)

Tres años de la feliz muerte del Procés en Cataluñay en la Seu ya se habla castellanoSólo vivimos los restos del naufragio y los peligrosos pecios del delirio nacionalista, triste y decadente, cierto, pero de enorme plasticidad cómica. O tragicómica, si lo prefieren, como los rasgos bufonescos del delincuente (patológico) que sólo actúa para las cámaras y su eco. ¡Qué sútil y difícil placer moral e intelectual produce ver la inagotable, e insólita, degradación de la mentira en nuestro mundo! Pero no todos la ven, y es un placer tan efímero como parcial, de cierto refinamiento. Un fugaz escalofrío recorrió mi cuerpo al ver por televisión durante los menguados festejos de la Diada de 2021 a la regencia de Aragonés con los representantes del gobierno catalán, las patums y toda su chusmilla etnicista y clasista a lo plañideras, elaborar un handicapado discurso que prometía una nueva vía, ¡otra más!, para la independencia. Un nuevo full de ruta, decían, como si al decirlo no masticaran piedras carbonizadas, como si nada hubiera ocurrido, como si su magno intento de construcción de un estado ominoso, por el que han tenido que cometer graves delitos de corrupción económica y política, aún fuera algo más que una sórdida ilusión para dementes. Esta honda indecencia de la mentira, al margen del sarpullido, que hoy ofrecen a sus ciegos (incluso para algunos desengañados funcionales) adeptos para obviar el fracaso, la derrota y su mezquindad, es simplemente una pequeña porción del despropósito moral que impusieron sobre la población no catalanista durante el procesismo. Ahora, vuelto contra ellos mismos en formas de esterilidad y vida vegetativa, la carga de profundidad reaccionaria de su proyecto no hay que olvidarla, ya que, por muy tediosas y entretenidas que nos parezcan las simpatías de su vagabundeo y los destellos de su vana arrogancia, sólo adquiere pleno sentido su hostilidad si recordamos su putrefacto corazón ideológico: el catalanismo pospujoliano elaboró un discurso y proyecto político nítidamente xenófobo que aspiraba a la conversión de la mitad de la ciudadanía catalana en extranjeros. Al que además se sumó de manera acrítica la fatua izquierda localista, posmoderna y equidistante, cuyo entusiasmo sólo era comparable a la intensidad de su impotencia y nulidad política.  

Son complejas las causas históricas, las degradaciones culturales y mediáticas, las crisis políticas y colapsos económicos, que explican tan vil fabricación simbólica y real del paria, la conversión teológica de los ciudadanos en parias. Pero hay una razón crucial, y siempre hay que encontrarlas antes en la proximidad histórica que en la lejanía del horizonte donde ya no llegan los ojos viejos y cansados. Y es el desbordamiento del nacionalismo tras el agotamiento del pujolismo como periodo histórico. La sustitución negligente e irracional del vacío que dejaba el régimen epocal y la manoseada figura de Pujol, con su fétido paraguas generacional, inició el desbordamiento de las estrategias nacionalistas, la desintegración de los partidos tradicionales de la derecha, el sectarismo y dogmatismo de la izquierda relativista, y la desublimación de iconos culturales tradicionales. La patria devorando a sus propios hijos, sus excrecencias, suprimiendo incluso las viejas categorías y prácticas administrativas que les dieron el poder que corresponde a la talla de Estado. Si bien el pujolismo es la raíz autárquica y despótica de la construcción nacional de Cataluña en la democracia posfranquista, la introducción de la vieja ideología racial en la lengua o la sustitución identitaria de la raza por la lengua y la consolidación del nacionalismo como nueva forma religiosa del siglo, también fue el sólido esculpidor del autonomismo. Autonomismo en forma de democracia autoritaria, coto privado de extracción económica de las clases populares, corrupción institucional estructural y técnica electoral de chantaje permanente con el gobierno central de Madrid. Reinventando el viejo caciquismo: antiguos señores, nuevos amos. No tenía como destino la antropofagia, pero algo, cuyas dimensiones ahora no podemos analizar, falló. Y así los destruyó.

La patria que construía el pujolismo ya contenía los mecanismos de la xenofobia, la exclusión de las opiniones críticas, el aplastamiento de la pluralidad política, la invención y compra del mandarinato intelectual catalán, esos chiripitiflauticos, y la parábola de la democracia del autogobierno como forma de fundamentalismo catalanista que legitimaba toda locura mesiánica. Componiendo una de las sociedades más fanáticas. Pero no podía construirse sola, era necesaria la colaboración mediante el silencio de una gran parte de la masa catalana marginada de la oficialidad y la vida pública. Masa que articulaba, en su dejación de funciones y cruel indiferencia, el PSC. Solo la fuerza de un partido político con cartuchos, una base social de orgullosos militantes nostálgicos de un ficcional pasado heroico en la lucha antifranquista hoy aburguesados y saciados en colaboración con la sociedad de hiperconsumo, junto a una figura de la inanidad del cándido Pascual Maragall, podían neutralizar hasta tal punto catatónico la oposición política y moral al nacionalismo. El pacto de convivencia y repartición de bienes exigía silencio. El precio de romper el silencio era, y es, el ostracismo, el hostigamiento social, el paro, e incluso la humillación. Algunos rasgos de esa cínica militancia "socialista" permitieron cimentar el silencio y justificar no sólo su parálisis y abulia ante las posibles rupturas de ese silencio, sino el mero desconocimiento de que ese silencio y su necesaria ruptura existían como problema y posibilidad. Una mala conciencia de desclasados o herederos de las clases medias franquistas, su tendencia a la idealización de la política, su idea casi apostólica de la militancia y su obvia fragilidad subjetiva, terminaron por conformar una imagen ficcional del intelectual y militante de izquierdas antifranquista, cuya condición de víctima del franquismo era compartida por los nacionalistas. Esta coincidencia permitió establecer un nexo de afinidades sentimentales, pactos de no agresión y sórdidas negociaciones para repartirse el poder, y el dinero. 

Del anhelo de romper el silencio de ese humus insultante surgió el 9 de julio de 2006 el partido Ciutadans, ideado en sus orígenes y fundado por un grupo de intelectuales, escritores y periodistas de la órbita cultural del PSC, afines por biografía y educación sentimental. Eran: Arcadi Espada, Xavier Pericay, Francesc de Carreras, Félix de Azúa, Albert Boadella, Ferran toutain, Félix Ovejero, etc. Fue el primer y último intento de romper el silencio a bocinazos, quebrando el complejo sistema de equidistancias entre el nacionalismo y su oposición que el PSC y sus ganapanes habían creado. C'S se fundó con el espíritu de ofrecer en Cataluña una alternativa liberal y socialdemócrata al nacionalismo. Sería cuestionable que tal cosa se produjese en esos términos y también sería largo de contar todo el proceso de descomposición; vayamos al final y sus efectos sobre el silencio. El proyecto de C’S también fracasó. Su hundimiento se debió a su involución conservadora y neoliberal a causa de la progresiva sustitución de sus intelectuales fundadores por una narcisista cúpula joven de trepadores analfabetos expertos en comunicación y marketing corporativo, por su inexperiencia política y su desproporcionada y necia ambición de gobernar en España con estrategias a su vez nacionalistas (convirtiéndose en lo mismo que criticaban) combinadas con el infantilismo asociado a las técnicas publicitarias digitales más vacías y pueriles. Merecieron plenamente su patética desaparición, pero con ella, y ante las ruinas inconfesables del 1 de octubre y del Procés, el silencio, impune y autocomplaciente, resurge como un fantasma en la vida civil. 

El nuevo orden es otro tipo de silencio y autocensura extraño, todavía inexplicable, como el viento que atraviesa las ruinas de una antigua ciudad caída por asedio entre las susurrantes sombras de los muertos. Creo casi con certeza que estamos observando el momento de reconstrucción del silencio, la precaria recuperación del silencio de la situación no solo anterior a la debacle de 2017 sino incluso antes de 2011 y los inicios del procés. Algo totalmente imposible a corto o medio plazo. Silencio que puede leerse como la antesala de un largo y torpe período de búsqueda de algo que llene el vacío del pujoslismo. Puede que las figuras martirizadas y redentoras de los "presos políticos", especialmente la de Junqueras, sean la cantera de material para las sustituciones de antiguos mitos. Los grandes medios de desinformación, buques insignias de la subvención como todo el conglomerado del grupo Godó, han abandonado la beligerancia del procesismo replegando velas, optando de modo apático por las terceras vías, hoy todavía más patéticas que ayer. Relegando el campo del integrismo nacionalista a la miseria cognitiva de periódicos menores, o tabloides, como La República, El Punt+Avui, El nacional, y otros surtidores fecales. A pesar de las tendencias terceristas y el escenario de desorden ideológico y descabezamiento gubernamental, la vida civil sigue presionada: profesores universitarios hostigados por ofrecer sus clases en castellano, el miedo al castigo de profesionales y periodistas a exponer sus opiniones libremente, la ruina económica, escritores censurados, la asimilación catalanista a las nuevas formas de corrección política y cancelación cultural, el vaciamiento del lenguaje... ¿Tendrá razón Marx y la historia se repite dos veces, primero como tragedia, y después como farsa? Hoy, y tras esa voluntariosa repetición de las mismas fantasiosas vías hacia la independencia como si de almas bellas se tratara, la farsa es incuestionable. ¿Qué nos deparará? No lo sé, ni nadie puede. ¿Acaso una farsa como retorno de lo reprimido? Sólo el silencio puede garantizarlo. 

 

 

 


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