viernes, 6 de marzo de 2020

Existen muchas perversiones en el lenguaje político contemporáneo, las mismas que en e lenguaje a secas y que nos toleramos frívolamente para sobrellevarlas. Pero hay una que especialmente me irrita y me convierte en una bestia rubia vengadora, de un carácter terrible. La apología de los hombres libres, esa penosa fórmula de las sociedades capitalistas es una sórdida mentira para autoengañarse, autocomplacerse y cegarse ante la decadencia. Los autoproclamados hombres libres son los sujetos  narcisistas, que mis ojitos hayan visto, más sometidos a la realidad, a los chantajes del poder, al miedo a la libertad del otro, y me repugnan: su repulsión a dudar, su desidia en el pensar, su frenética hiperactividad, su odio a la soledad, su histeria perpetua ante las cosas más banales, la entrega al fetichismo de las certezas ideológicas, su fe en religiones políticas, su penosa manía sacrificial, su renuncia a la vida, a tomarla seriamente, su incontinencia verbal... Son los que han negociado con la vida (esta vida de mercado) al modo más sucio y obsceno, no sólo, como decía, sacrificando y renunciando a sus deseos y pasiones, sino sacrificando y castigando a otros cuerpos y vidas por no hacerlo. Hay días que cuesta levantarse por la mañana, hay días, que cuesta hasta hablar.

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