Me pongo a revisar artículos, libros, seminarios y conferencias de Amelia Valcárcel, Celia Amorós, Lidia Falcón y Ana de Miguel, todas representan ya sea desde la ilustración liberal o el socialismo democrático o directamente el marxismo, el feminismo de la tercera ola que se inauguró en los años sesenta y setenta, con Beauvoir como símbolo, supongo que desde una enunciación académica. La mayoría de ellas son feministas abolicionistas e institucionalizadas, pequeñoburguesas que actúan delante de otras señoras pequeñoburguesas que son las que pasan las tardes en los distintos edificios de la cultura institucional y de certamen. Esta tercera ola, mantiene un violento conflicto con el llamado feminismo de la cuarta ola: el feminismo queer, feminismo posmoderno, transfeminismo, o el feminismo postestructuralista. En estas conferencias se ha llegado a acusar a las activistas queer por defender la prostitución y la pornografía de ser el caballo de Troya de los proxenetas, y aún se dan respuestas a preguntas difíciles: ¿un discapacitado incapaz de satisfacer sus necesidades sexuales por sí mismo tampoco puede tener acceso a una puta (o en el lenguaje socialdemócrata: trabajadora sexual, o en su genealogía: mujer podrida)? Y la rotundidad asusta y entusiasma: "No! El deseo no es un derecho; para satisfacer los deseos de alguien no puedes esclavizar a otros". Valcárcel, de una inteligencia notable sólo comparable con su engolamiento, marca las distancias con los troyanos, con la alianza ruinosa: el feminismo es una teoría política y no una teoría sobre el deseo (¡y dice que es hegeliana, la tía, virgensita que me quede como estoy!) y de cómo este deseo debe poder expresarse; los problemas del feminismo para nada se resuelven en un debate entre vanguardias sobre las identidades sexuales o afectivas; el feminismo es un internacionalismo todavía sobre las libertades públicas mínimas y la formulación de derechos civiles allí donde nacer mujer es un verdadero infierno, pues la agenda feminista no está planetariamente conseguida, y una cadena es lo fuerte que sea el eslabón más débil, sigan con sus debates, eso hacen las vanguardias, pero no olviden el contexto general. Es una denuncia e impugnación claras: en la teoría queer hay una sustitución de la igualdad política y los derechos por múltiples identidades afectivas, por poner los cuerpos deseantes y sus modos de expresión en primera instancia: la sustitución de las mujeres como sujeto político por un conjunto de anhelantes cuerpos indiferenciados. Muchas veces esos deseos van en contra de los derechos y la verdadera igualdad y libertad política de las mujeres: en la puta se vulnera el derecho de filiación. Les parece evidente, ya que en la prostitución se ejerce una violencia simbólica y material (directa) sobre las mujeres, y pretender hacer pasar por una elección libre la prostitución es como aceptar conceptual y moralmente como libertad la introducción en la servidumbre voluntaria, fruto de la legalización de cualquier vieja práctica delictiva de explotación, blanqueada con los nuevos recursos estéticos de la publicidad. Esa prostitución además requiere de la pornografía como sucedáneo o manual de usos para el putero (que, en su versión patriarcal convencional, me paren la cosa más repugnante y asquerosa), como manual de instrucciones de la explotación y dominación del cuerpo femenino Y yo, llevo un largo sábado pensando en esto.
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Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.
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