miércoles, 4 de marzo de 2020

coronavirus 2

Creo que ayer por la noche, al escribir sobre el coronavirus me dejé algo importante. El virus, que es un síntoma más de la crisis de nuestra subjetividad política pero no la causa, expresa algo más sobre nuestra concepción de la naturaleza y su injerencia en lo político. He comprobado directamente los efectos del miedo en los cuerpos de algunos hombres cercanos, y es insólito, porque aún aceptando que los medios de desinformación de masas hipertrofian e hiperbolizan la realidad, ellos siguen creyendo en esa ficción pandémica, asesina e imparable del virus. Aún sabiendo que se funda en la mentira constitutiva de todo miedo, mantienen la fe, y las paranoicas prácticas que se derivan de la fe y sus ritos, y las liturgias que lo dotan de sentido y prestigio (promoción) social. Actúan conscientemente como si estuvieran frente a una enfermedad letal de consecuencias sociales apocalípticas. Y creo que es una de las metáforas más del miedo político, sobre todo cuando el objeto del miedo es algo procedente de la naturaleza, que percibimos como externo, ajeno e independiente a nosotros, como algo misterioso e insondable, además de invisible e intangible, sin morfología reconocible por los sentidos, tiene el carácter terrorífico de las prestes que borraron a poblaciones enteras de la memoria. Y es que el pánico global, que no es una abstracción, se encarna en el cuerpo tembloroso de los más ignorantes y cobardones; estos individuos proyectan en la situación (el mundo social y civil) sus miedos y fantasías repudiadas, sus temores reprimidos, que por fin pueden liberarse y exhibirse sin la represión que el orden cultural impone, sin el pudor ni la culpa que correspondería de permanecer en la reclusión psicológica habitual. Encuentran un modo fácil y alucinado de escape. Proyectan sobre el todo social sus patológicas perturbaciones que no son sólo de índole íntima o traumática, sino de acontecimientos y experiencias políticas, brutales y agresivas, que no han sabido, ni podido, intelectualizar o racionalizar; o simplemente ni historizar, ni simbolizar. El pánico global legitima su enloquecimiento, justifica sus obsesiones, su impunidad e irresponsabilidad, su irracionalidad, y su necedad. Que el coronavirus sea el escenario perfecto para proyectar las perturbadoras sombras chinescas del alma personal y colectiva, demuestra una vez la radical alienación y extrañamiento del mundo político respecto a nosotros. La recepción política del coronavirus es el síntoma de una falta, de una desaparición, de una ausencia no reparada, pero no irreparable.    

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