El periodista John Carlin, al que no aprecio demasiado, acierta cuando describe la reacción bélica de Israel como "venganza bíblica". Incluso a mí me cuesta creerlo, pero es exactamente así. Hamás es el principal responsable de haber creado una situación imposible, algo por cierto típico del terrorismo, al iniciar el proceso sacrificial de su propio pueblo, una especie de inmolación colectiva. No cave duda de que necesitan mártires, cuantos más mejor para alimentar su causa sagrada y legitimar el terror, que pronto iba a ser olvidado. Dios está indudablemente por encima de los hombres y requiere de sus vidas. El fanatismo religiosos no parece exclusivo de las milicias palestinas, solo hay que atender al discurso de Netanyahu y sus ministros ortodoxos. Expresiones como "abrir las puertas del infierno" o identificar al enemigo con fuerzas diabólicas, el mal, solo ofrecen la solución del exterminio y la erradicación total. Un discurso absoluto para los anhelos de un "Estado totalmente judío". Tiene sentido, la religión jamás ha solucionado un problema político, en cambio ha creado innumerables ciclos de violencia atornillados en la historia para purificar el mundo. Nadie que pretenda comprender puede desligar religión y criminalidad de este conflicto en tierra santa.
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