Escribe Stephen Vizinczey en su novela En brazos de la mujer madura:
"En esto soy como la mayoría de mis escépticos
compañeros: puesto que ya no nos reprochamos no ajustarnos a unos preceptos
éticos absolutos, nos golpeamos con el palo de la interiorización psicológica.
Cuando de amor se trata, rechazamos la distinción entre moral e inmoral a
cambio de “verdadero” y “falso”. Somos muy comprensivos para condenar nuestras
acciones y, en su lugar, condenamos nuestros motivos. Después de liberarnos de un
código de comportamiento, nos sometemos a un código de motivación para
conseguir la sensación de vergüenza y angustia que nuestros padres adquirían por
medios menos sofisticados. Nosotros rechazamos su moral religiosa porque
enfrentaba al hombre con sus instintos, lo agobiaba con el peso del
remordimiento por unos pecados que, en realidad, eran efecto de leyes
naturales. No obstante, todavía estamos haciendo penitencia por la creación:
preferimos considerarnos fracasados a renunciar a nuestra fe en la posibilidad
de que la perfección exista. Nos aferramos a la ilusión del amor eterno negando
validez al temporal. Duele menos pensar: “Soy
superficial”, “Es egocéntrica”, “No podíamos comunicarnos”, “Era sólo atracción
física” que aceptar el simple hecho de que el amor es un sentimiento
pasajero que acaba por causas ajenas a nuestro control e, incluso, a nuestra
personalidad. Pero ¿quién puede tranquilizarse con sus propias reflexiones? No
hay argumento que pueda llenar el vacío que deja el sentimiento que ha muerto."
No hay comentarios:
Publicar un comentario