El mediodía del lunes 13 de diciembre de
2021 la conocida actriz Verónica Forqué se suicidaba en su piso de Madrid.
Siento cierta atracción por esta actriz española que formaba parte del mundo
simbólico que a través de la cinematografía, e incluso la prensa, a uno le van
creando en la cabeza, a uno y a su familia. Esta muerte cuenta como un jalón
especial en ese elenco de figuras culturales suicidadas. Para los aficionados a
las listas, o necesitados de ellas para ordenarse, es un nombre en rojo.
Anoche, mientras cenaba no dejaba de darle vueltas a la curiosa situación de
este y de todo suicidio: no existe el enemigo. No hay un enemigo externo que
suponga un riesgo o peligro conocido y que a su vez explique, aunque sólo sea
causalmente y no en un sentido profundo (con los múltiples e innumerables
factores posibles) esa muerte. Que sea uno mismo el que se mate, su propio
asesino, lento, sutil y prolongado, contando los días y las horas afiladas,
imaginarlo labrando su propia autodestrucción, me sobrecoge. Porque las
ventajas que ofrece el enemigo es que nos brinda una causa y una explicación,
un modo de huida y salvación que es su destrucción o encarcelamiento ¿pero cómo
encerrarse o evitarse a uno mismo? Poder morir sin enemigo es una de las peores
experiencias del vértigo de vivir: la propia vida te puede matar.
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