martes, 14 de diciembre de 2021

   

El mediodía del lunes 13 de diciembre de 2021 la conocida actriz Verónica Forqué se suicidaba en su piso de Madrid. Siento cierta atracción por esta actriz española que formaba parte del mundo simbólico que a través de la cinematografía, e incluso la prensa, a uno le van creando en la cabeza, a uno y a su familia. Esta muerte cuenta como un jalón especial en ese elenco de figuras culturales suicidadas. Para los aficionados a las listas, o necesitados de ellas para ordenarse, es un nombre en rojo. Anoche, mientras cenaba no dejaba de darle vueltas a la curiosa situación de este y de todo suicidio: no existe el enemigo. No hay un enemigo externo que suponga un riesgo o peligro conocido y que a su vez explique, aunque sólo sea causalmente y no en un sentido profundo (con los múltiples e innumerables factores posibles) esa muerte. Que sea uno mismo el que se mate, su propio asesino, lento, sutil y prolongado, contando los días y las horas afiladas, imaginarlo labrando su propia autodestrucción, me sobrecoge. Porque las ventajas que ofrece el enemigo es que nos brinda una causa y una explicación, un modo de huida y salvación que es su destrucción o encarcelamiento ¿pero cómo encerrarse o evitarse a uno mismo? Poder morir sin enemigo es una de las peores experiencias del vértigo de vivir: la propia vida te puede matar.   

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 Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.