miércoles, 6 de mayo de 2020

Acaso una verdad

Ya se sabe que en el mundo de las letras los proletarios no tienen ninguna posibilidad. Diría más, es sabido que en el mundo de la industria cultural testimoniar la verdad y ejercer la crítica no tiene ningún futuro. Solo el colapso personal. Lo sorprendente es que el sistema cultural en el que vivimos no puede soportar nada, precisamente cuando las letras como aparato de combate deberían ser imprescindibles, pues no existe ya El Enemigo, las armas no las destruyen directamente, y disponemos de una caja de herramientas teóricas heredada del pasado inmejorable. La gravedad de la situación, realmente desesperada, se cifra en el despilfarro y desperdicio de todo ese capital intelectual subversivo, el deseo de olvidarlo y maltratarlo. Nuestro tiempo probablemente no sea ni el más violento, ni el más bárbaro, ni el más terrorífico especialmente para la cultura, aunque haya muy buenas razones para pensar lo contrario, pero sí el más indiferente, cínico, cobarde, antifilosófico, bobo, estéril, indolente, y grosero. La ausencia de las letras en su forma más crítica es debido a la obsesión de la hegemonía cultural, una cultura competitiva y de certamen, a la integración, a la asimilación y aceptación de las leyes impuestas por el capital, que sencillamente anulan de pleno derecho la escritura, su derecho subversivo. Justamente esta ausencia es lo que hace más impenetrable e incomprensible nuestra lamentable condición de vidas desechables en este arrastrase moribundo e inhumano al que nos condena el libre mercado. Sometidos a la desorientación más absoluta, prolifera y se consolidan las formas más reaccionarias de la sociedad, costumbres atávicas y represivas revestidas de modernidad, frivolidad y juego ocioso, que recuerdan a aquello de Reich: ¡no, las masas no fueron engañadas, en determinado momento desearon el fascismo! Veo proliferar ese deseo de ejercer el poder para conseguir el orden con dureza, conviviendo con ese anti-intelectualismo tan típico de los momentos bajos. En este ambiente ser escritor es nacer culpable. Entiéndase aquí un tropo, anhelar la escritura radical, es pasar a ser socialmente y moralmente un hombre clandestino.  

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.