sábado, 11 de abril de 2020

un doble, triple, fondo.

Intento jugar con la imaginación, es ya, creo, la última cosa con la que se puede jugar sin que se rompa. Pienso la estructura del segundo libro, y sigo el consejo de Valeria: tú pinta el cuadro grande delante de la gran catedral, bien iluminada en un día despejado, y al lado ten un cuadro pequeño, como un borrador, pintar en sucio, donde limpias los pinceles, donde tiras el sobrante de pintura, hazlo siempre a tu lado y por debajo, mirando de reojo, y al cabo de los días tendrás algo. Y es cierto, voy amontonando material, tentación del sentido, las formas ya son el estilo, va revelándose, apareciendo, lentamente, muy lentamente, sólo hay prosas, prosas sueltas, y la cosntelación de detalles es ya la construcción del lenguaje. Pinto los detalles, un cisne blanco, y abre el cuadro, exige un lago, la luz de sus plumas arrastran un sol, el detalle abre la mirada. Y cada detalle debe tener un doble, un triple, fondo: el espejo de mano roto en The Apartment (1960) de Billy Wilder, ese espejo roto que Jack Lemmon descubre en el bolsillo de una chaqueta tiene tres sentidos y dimensiones, por un lado es una clave narrativa, un giro imprescindible en la estructura narrativa, a la vez es la prueba y objeto fetiche de una traición, y también la representación estética del desamor y la quiebra del alma; un doble, triple, fondo.

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 Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.