martes, 21 de abril de 2020

De relaciones

Oigo decir a Francisco Rico en la Fundación March que de Juan Benet, del que fue amigo, sólo se queda con el personaje de enorme impresión para su vida y memoria pero que nada de su obra. De hecho son dos ironistas y fumadores compulsivos que comparten cierta risa contra la seriedad del mundo, poco más; la diferencia entre el memo y vanidoso académico Rico y el escritor Benet es que este último tenía talento y el otro no, ni de coña. Un talento oscuro, enorme, explotado hasta un exceso de exigencia que hacia imposible la realización completa del artefacto literario, relativamente no consolidado por sus pretensiones críticas de sintetizar ensayo y novela, lenguaje y teodicea, virtuosismo que se quedó en ejercicios de brillantez que le proporcionaron el prestigio de las vanguardias y la estima de sus golfos discípulos, más que en libros realmente terminados y comprensibles para el lector medio. Pero de una modernidad insólita y renovadora en la literatura española de los años 50 y 60; quizá, y junto a Ferlosio y Martín Santos, el proyecto más ambicioso de esa época. Los mismos que escogen únicamente la vida del escritor, o solamente la obra, de igual manera que los que escogen en el terreno político entre cuerpo social, colectividad, o individuos como única realidad desechando la otra parte del binomio, son los reduccionistas y trivializadores de los conflictos reales que desde Simmel, sabemos que se encuentran en la relación, la distancia. Sean relaciones de integración o desintegración en lo político, lo literario y lo biográfico. Lo crucial en Benet es su compleja relación entre su vida y personaje, y su literatura como obra crítica y total, a la que fatalmente aspiraba. La relación señores, es la relación.

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