lunes, 16 de marzo de 2020

coronavirus 4

Llama L. y existe entre nosotros la agradable sensación del confinamiento, del recogimiento, de poseer tiempo para detenerse, parar, leer, es la ocasión de mirar el tiempo desnudo a la cara, resultado de esa sustitución de las vidas productivas, regidas en el estado de normalidad, por esta vida improductiva y disfuncional del estado de excepcionalidad que implica a una gran mayoría. El tabú fundamenta la civilización, conocemos algunos: incesto, pudor de cuerpos desnudos (represión de instintos sexuales), ocultación de excrementos y micciones, y la vagancia (pobreza, improductividad, disfuncionalidad). Ahora sería una ocasión perfecta para invertir el tabú de la vagancia, pero como estamos viendo el estado de excepcionalidad no es nada más que llevar hasta sus últimas consecuencias el estado de normalidad de eficiencia económica y especulativa: en la vida disfuncional seguimos llenando el tiempo con la prolongación del trabajo, el ocio y la formación permanente, como si la excepcionalidad no significara, o nos ofreciera, un momento de ruptura para pensar, una interrupción crítica y oposición al régimen anterior de normalidad capitalista. Las posibilidades de liberarse de viejas y pesada cargas se han visto agotadas, pues el discurso bélico y la invención de las lógicas de guerra, una guerra sin guerra ni enemigo, nos conduce a que los cuerpos anhelen el estado de normalidad, que deseen volver a él tras sacrificarse por la nación, y al volver, autoafirmarse todavía más en la repetición, lo siempre igual, idéntico, lo ya hecho y sabido, de esa normalidad abyecta y humillante.

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