martes, 19 de septiembre de 2023

Por la mañana, intentando encontrar el número de teléfono de una sucursal del Banco Santander. Lo encuentro, no existe esa línea, busco otro, una voz metálica y robótica me dice que trabaja para facilitarme la comunicación y hacerme perder el menor tiempo posible en las gestiones bancarias; cualquiera diría que esa voz de ceporra me está tomando el pelo. Obviamente no consigo lo que me proponía, mi paciencia es exactamente de 42 minutos. Termino algunas correcciones del libro que escribo con Jorge, llama Gerard me pide ayuda para terminar la mudanza. Quedamos a las 14h en su casa. Todavía me da tiempo de empezar y terminar en lo que queda de mañana el libro Pura pasión de Ernaux, una delicia que expone el deseo erótico entre la espera y la pérdida. La novela corta me la prestó ayer Raquel, ha sido una doble lectura entre sus propios subrayados y marcas y el texto literario mismo, en fin, doble interés, excitante. Llego a las 14:20h, hay poca gente en la calle, el antiguo instituto, me sorprende que todo siga más o menos igual. Comemos en el balcón, croquetas y pizza, cervezas, un vinito y el último puro que me trajo L. de su viaje a Cuba; hacía mucho tiempo que no salía L. en mis diarios, en el fondo y discretamente le encantaba, era lo único mío que leía y apreciaba, ya se sabe que lo que más nos gusta es que nos deseen de cualquier forma irracional, aunque sea mediante la escritura. Lo de la mudanza es una buena excusa para verme y despedirse de mí. La casa está invadida de bolsas con ropa y cajas de cartón llenas de libros y papeluchos, latas de cerveza vacía, hay maquinitas electrónicas de músico que todavía no sé para que coño sirven pero parecen caras y delicadas, las envuelve con un jersey.  Hace la maleta, la rehace, pesa las mochilas, nos pesamos nosotros, he engordado. Suena Jane Birkin. Tiramos los objetos descartados, bolsas de basura, trastos, antes de llegar al punto verde se lo damos todo a los chatarreros. Estoy un poco alcoholizado, sudo, el bochorno es intenso. Conversamos sobre la nevera Liebherr, no enfría. Ya en el sofá hablamos como en una película francesa: bistrot, sexo soterrado, sentimientos incómodos e incorrectos, la brevedad y la fugacidad del tiempo, los anhelos y la imposibilidad de vivir sin que se nos escape algo, melancolía de lo no vivido. Planeamos algunos viajes con Clàudia, Budapest. Necesito más dinero. Nos despedimos. Llego justo a la Filmoteca a las 19:55h. Película Yi Yi (2000) de Edward Yang, la sala está llena, impresionante obra. Vuelvo andando a casa, le doy vueltas a esa mezcla de ternura y dureza. Escribo. Mañana otra vez el puto banco. 

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