Arcadi Espada en su Jornal, escribe sobre la irracionalidad en el tratamiento mediático, civil y político de la pandemia; en realidad no hace sino escribir, una vez más, sobre la irracionalidad del mundo. Hay un decálogo muy pedagógico que reproduzco libremente añadiendo observaciones propias, que viene directamente de la cocina mientras preparo el caldo para estos días de fiestas:
1. Es más probable no tener covid que tenerlo. El miedo debería ser proporcional a las cifras empíricas y su análisis racional: es más probable que mueras por suicidio o accidente de tráfico que por covid. Es decir ten mucho más miedo de ti mismo y cuidado con los coches en circulación que de un fragmento disperso de ADN rodeado de proteínas.
2. En el exterior las mascarillas, que son inútiles (y útiles aunque insuficientes en el interior), sólo podrían recomendarse para circunstancias estéticas desesperadas. En muchos casos las mascarillas son un atentado contra la belleza, en otros simplemente son su condición de posibilidad.
3. Ningún científico puede predecir hoy las evoluciones del virus, ya que desconocemos con exactitud el número real de contagios presentes y pasados. Y todavía menos hacerlo calculando las consecuencias sociales, así que todas las medidas civiles restrictivas deben ser valoradas por lo bajo: flexibles y no universales. Hay que acostumbrarse a soportar las oleadas sin vincularlas con las medidas no farmacológicas que puedan tomarse. Por lo tanto nuestra única obligación moral es vacunarnos, el resto está en manos del azar (a no ser que uno prefiera vivir aislado y anulando su deseo), como lo está casi todo en la vida.
4. Las alarmas sobre las nuevas variantes del virus, las viejas mutaciones, también son inútiles. Cuando la variedad se descubre el virus ya se ha extendido. Nada justifica el discurso apocalíptico que se fundamenta en el número de contagios (siempre inestables e inciertos pues no es posible detectar o contabilizar a los infectados asintomáticos). Lo crucial es atender a los datos de mortalidad y letalidad que han descendido al 0,2 desde que la población se vacuna, respecto al 1,2 de los peores momentos de la pandemia en una situación pre-vacunas. La única alarma justificada es la muerte. La estupidez cantonal es la base insuperable del gregarismo, y tengo la firme convicción que es más letal que el virus covid.
5. Las personas vacunadas no pueden tener la misma obligación de cuarentena, por haber estado en contacto estrecho con un infectado, que las no vacunadas. Aunque la cuarentena es un estado ideal de soledad y reflexión para las clases medias que los más ansioso y frívolos (que son la mayoría, por desgracia me ha tocado amar a muchos amigos de clase media) desaprovechan.
6. Debe acabarse de una vez por todas con la fantasmagoría profiláctica del covid. Acabar con ello incluye, por ejemplo, desmontar las ridículas mamparas que en tantos interiores dificultan la saludable circulación del aire. Se habla demasiado de los bares y demasiado poco de los metros. Y añadiría que deben suprimirse todos los patéticos obstáculos que impiden circular libremente a la inteligencia y el sentido común, un recurso escaso y amenazado.
7. La vacunación debe ser obligatoria. Especialmente para los libertarios que prefieren la libertad a la vida; no merecen vivir en una sociedad libre ni igualitaria, todavía son adolescentes con pósters de Ayn Rand en la habitación que necesitan terminar su proceso educativo o etapa de formación, aunque parezcan irrecuperables. Su causa por la libertad se convierte en una payasada y necedad cómica en el mismo momento que se descubre su estrecho vínculo fáctico, no sólo epistemológico, con los negacionistas (los primeros a los que habría que haber vacunado para que puedan negar con propiedad), como en el caso de Vox en España.
8. Acabar con la retransmisión en directo de la pandemia. Pero eso es pedir tanto como que se acabara con la retransmisión y difusión automasturbatoria del irracionalismo, el oscurantismo, la irresponsabilidad, y el negocio de la estulticia. Ciertamente por algún sitio hay que empezar, y habrá que seguir intentándolo ya que no nos ha salido bien ni con el nacionalismo catalán, español o vasco, ni con con la religión, ni con la sociedad del espectáculo.
9. No asumir los mandatos del gobiernos como las voces de los sacerdotes ante la verdad revelada, ni los de los científicos con alma de burócrata y funcionario. Hay que recordar que son los mismos chupatintas que obligaron a los padres y madres a encerrar a sus hijos en casa durante meses mientras liberaban al perro tres veces al día para que paseara y cagara un rato en el parque.
10. No obedezcas medidas irracionales. El retorno oscilante de restricciones duras sobre la libertad de movimiento y reunión para todo el mundo son la evidencia de la ineficacia de los gestores públicos y los "expertos". No son medidas sanitarias efectivas sino la consecuencia de llegar siempre tarde y mal; de la falta de recursos para el relativo control de la pandemia y sobre todo el nulo refuerzo del sistema sanitario para evitar el colapso. Los burócratas, junto la sociedad dócil y crédula, hacen pagar con la coacción y la alarma lo que no han sabido resolver con inteligencia con los rastreos de contagiados u otras medidas análogas. La conciencia de vivir necesariamente en la incertidumbre se hace ineludible: aprende a vivir con ella, pero no con el delirio.
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