miércoles, 13 de mayo de 2020

Prrfff

A muchos puede sorprenderles la cruel y necesaria sinceridad del escritor, hasta confundirla insidiosamente con un modo rentable de autoexhibición. Probablemente sean ellos los narcisos reprimidos. En ocasiones siento pudor por estos diarios: la excesiva implicación en ellos, la entrega culpable, la gratuidad, el secreto regocijo en lo miserable, la soledad, y el deseo insatisfecho de expresarse para vincularse al mundo y no perder la conciencia de la propia existencia. No es un trabajo agradecido, pero tampoco es en vano, uno aprende a defenderse ante la vergüenza. A veces pesa sobre este tipo de escritura la acusación psicologista de auto-odio, de carácter destructivo, pesimista, resentido, rencoroso, fracasado, entre otros recursos y usos retóricos de la moralina de bucanero. Lo cierto es que resulta imprescindible desmontar la propia vida para empezar a pensar, desengañarse, y hacerse daño como único modo de plantearse las preguntas decisivas. Pero los ingenuos son los que miran desde la barrera, detrás de los toriles, no saben hasta qué punto, con estas manitas y mi mala letra, también destruiría sus propias vidas. Ellos serían incapaces de confesar lo inconfesable, y muchísimo menos de hacerlo respecto a las debilidades, convertidas en injurias, de su maltrecha masculinidad. No hay diferencia entre un hombre castrado y uno inútilmente enamorado, leo en Federici criticando la mentalidad patriarcal. Así hemos vivido, sin confesar lo inconfesable.

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 Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.