miércoles, 15 de abril de 2020

Un tipo ideal

El desconocimiento, la ignorancia, es ese punto insolente de violencia secreta en las sociedades abiertas, un arma discreta que en último término se usa para matar. Y no caben las ilusiones de las democracias liberales con sus inacabados proyectos ilustrados de educación y sociedades civiles no consolidadas: esta forma política de la ignorancia fomentada por la hiperproducción y el hiperconsumo es la principal causa de esterilidad política, represión social, precariedad económica y autoexplotación emocional. El capitalismo ha formulado su tipo medio ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato, es casi una grotesca caricatura literaria: iletrado, inculto, codicioso, limitado, si quiere tener éxito; sometido a la ritualización de la presa, arrogante, seguro de sí mismo, como autoengaño para mantener el principio de autoconservación; dócil y obediente con el jefe/amo, autoritario y caprichoso con el trabajador/siervo. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, los coches y los programas televisivos sobre el mundo industrial, fascinado por las nuevas tecnologías, maquinitas lúdicas, redes sociales, aprecia relativamente y con falsas distancias el encanto estético de las armas y la gramática bélica, obsesionado con la competitividad, el desarrollo personal y la salud, obsesionado con los estudios instrumentales de acreditación profesional y burocrática, el prestigio, la ostentación y la exhibición de sus fetiches mercantiles, despreciativo con la gratuidad de las pasiones, el compromiso político, los saberes inútiles, la investigación independiente, incapaz de soportar ni entender la reflexión crítica, ni ninguna subordinada, devoto del dinero y partidario de lo irracional, supersticioso, maníaco, histérico, cuando ante lo desconocido se ve obligado a llenar el vacío con algo, en dar siempre una respuesta y solución a todo (aunque sea imposible); profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, técnicas, reproductivas, masturbatorias; tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, mito y modas, amoral, sin memoria, racista en sus múltiples metáforas culturales, patrióticas, mercantiles o lingüísticas, cínico, patriarcal y misógino para saciar sus anhelos de seguridad y familia, conservador, reaccionario como respuesta a lo libertario, anticomunista, antimarxista, antifilosófico, odia las vidas improductivas, disfuncionales, siente terror ante los tabús de la civilización moderna: incesto, pudor de los cuerpos y los excrementos y micciones, la vagancia, el regicidio, el desorden. Oportunista y con algunos rasgos caracterológicos que le haría soportable, si no agradable, el fascismo ordinario. En fin, constituyen un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro de vanidades del mercado nacional, y luego mundial, sin mala conciencia. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban, promocionan y premian actualmente. Conozco demasiados. Prufff!!!!!

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 Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.