jueves, 23 de abril de 2020

Estoy leyendo una obra que aún nadie ha leído ni conoce, no existe todavía una sola línea escrita. Tiene un mecanismo innovador que ya anunció Adorno cuando quería hablar de Hegel y de la actualidad de la filosofía. No consiste tanto en recuperar los cadáveres de la tradición filosófica y preguntarse, con un morbo macabro, qué hay de vivo y muerto en ellos, qué queda para nuestro presente, ¿se puede rehabilitar o resucitar el cuerpo fallecido de Hegel? conjurarlo? hacer que aparezca y hable? sino más bien: ¿estamos muertos a sus ojos, o no? estamos muertos a los ojos de la filosofía (y en estos tiempos cobardes y antifilosóficos habría que certificar que la filosofía triunfa cuando fracasa)? a ojos de Morán? de Petit? hay otros ensayos del silencio? Lo mismo cabría preguntarse sobre la crisis del covid, este tiempo de pandemia o esta pandemia del tiempo. No qué hay que salvar del espíritu europeo, en decadencia o extinción, sino qué hay de vivo en nosotros desde la perspectiva del espíritu europeo; los ultras de la ilustración? muertos en vida? muertos que aún no saben que lo están que como las estrellas una vez muertas y destruidas, y años después, todavía siguen brillando en el cielo, encendidas? Y curiosamente el libro que estoy leyendo y del que no existe todavía línea escrita nace de esta culpabilidad. Libro, que nace culpable.

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 Comprobando el aburrimiento que produce el exceso de diversión y la vulgaridad de cierto refinamiento.