sábado, 29 de febrero de 2020
Vengo por la rambla de la ciudad, es de noche, es la noche. Estoy cerca de casa, estoy aquí, cerca de todo, pero siempre vengo de lejos. Una vez escribí a la vuelta de un feliz viaje, algo paradójico que sucedió durante la cena: me miran y creen que existo. Y me vuelve a ocurrir en los buenos momentos, con amigos, con familia, cuando estoy cerca aunque distraído, irónico, distendido, animado, o cuando estoy tranquilo, sereno, moderadamente calmado, y de golpe surge la duda, el gusano devorando la manzana, y me pregunto si realmente estoy vivo. A un materialista y ateo como yo lo que le preocupa no es una estúpida y grotesca vida trascendente o sobrenatural que pueda dar sentido a la vida en la tierra, la vida física, sino el estar aquí y ahora en la existencia material, real, estar realmente vivo, con un cuerpo que sufre y goza, en conflicto con la finitud y la mortalidad, sin pulular en el tiempo vacío, sin limitarme a vegetar, como un condenado que espera la muerte. Paseaba por la rambla, y me decía, lo de escribir estas notas tiene algo de restitución, la restitución de una emoción, una imagen, un sentimiento reprimido, la restitución de un pensamiento ateo, materialista, libertino, ácrata, libertario, hedonista, en ocasiones poético y filosófico, un pensamiento, al fin, intolerable. Sobre todo, una restitución ontológica: verme yo mismo y saber que existo.
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