Alguien que, disponiendo de tiempo y dinero o de una dulce y apacible propiedad, se niega a leer, o afirma no poseer ningún interés en los libros y otro tipo de papeles, es alguien sencillamente sospechoso, casi inmoral. Mi trato con esa gente es parecido al que tendría con aquellos bribones que en su buen vivir bordean el delito. Puedo ser amable y cordial, incluso simpático, a pesar de su acidia e incomprensible desprendimiento, pero en el fondo, practican la moral del defraudador. No deben olvidar que, a nuestros ojos, devuelven el reflejo de un vivales.
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