En su extraordinario libro, Compórtate (2017), el neurobiólogo y primatólogo Robert Sapolsky escribe: “Si durante la adolescencia, los sistemas límbico, autónomo y
endocrino van a tope mientras el lóbulo frontal todavía está trabajando con las
instrucciones de montaje, ya hemos explicado por qué los adolescentes son tan
depresivos, geniales, estúpidos, impulsivos, inspiradores, destructivos,
autodestructivos, generosos, egoístas, imposibles y capaces de cambiar el
mundo. Piense en esto: la adolescencia y la primera etapa de la vida adulta son
épocas en las que se tienen más probabilidades de asesinar, ser asesinado,
dejar el hogar para siempre, inventar una nueva forma de arte, ayudar a
derrocar un dictador, limpiar étnicamente una aldea, dedicarse a los
necesitados, volverse adicto, casarse con alguien que no es de tu grupo,
transformar la física, tener un gusto espantoso respecto a la moda, romperse el
cuello jugando, dedicar tu vida a Dios, asaltar a una anciana o convencerse de
que toda la historia ha convergido para hacer de este momento el más
importante, el más lleno de peligros y promesas, el más exigente en el que te
has visto envuelto y con el que marcar la diferencia. En otras palabras, es la
época de la vida en la que se toman más riesgos, se buscan novedades y en el
que se siente más afiliación respecto a los colegas. Todo ello por culpa de un
lóbulo frontal inmaduro.”
(El fragmento pertenece al capítulo: Adolescencia, o tío, ¿dónde está mi lóbulo frontal?)